A última hora de la tarde empezó a haber un movimiento inusual de policías que me recordó al traslado desde la calle Luna. Unos maderos llegaron y abrieron la puerta de la celda. Llamaron por el nombre a mis compañeros hasta reunir cuatro y se los llevaron sin decir nada. ?¿Nos trasladan otra vez? ?pregunté en voz alta, pero el Perillas se había ido con los otros, así que me quedé con las ganas de saber lo que ocurría. Pasaron aproximadamente quince minutos o dos horas, no puedo precisar, y finalmente volvieron los compañeros. Quise preguntarles qué pasaba, pero ya los maderos nos llevaban a nosotros con ellos. ?Fotos, huellas ?me dijo el Pedro en un susurro mientras me iba. Ya me imaginaba lo que iba a suceder.
Avanzamos por unos pasillos de azulejo blanco, diáfanos y limpísimos hasta llegar a una puerta donde ponía: Policía Científica. ?Espero que no nos impartan un seminario sobre ciencias ?dije haciendo un chiste que nadie comprendió. Caras largas y miradas reprobatorias me indicaron que allí no se abría la boca y mucho menos para decir chorradas. Dentro, además de maderos, había personas vestidas con batas blancas de laboratorio, como la que solía llevar mi padre cuando era profesor en la Universidad Politécnica.
El proceso empezaba con una comprobación la identidad del detenido a lo que seguía un pequeño cuestionario sobre datos físicos, ocupación y algunas cosas más. Nombre y apellidos: Chencho bla, bla, bla. Nacido en Mandril, edad dieciocho, estatura media, complexión delgada, pelo negro, ojos claros, ocupación estudiante… Y así muchas preguntas. Nos pesaron, nos midieron y exploraron en busca de tatuajes, cicatrices o marcas identificativas. Luego vino la fotografía en blanco y negro, prueba irrefutable de que has estado detenido. Uno de los «batablancas», el que manejaba el fotomatón, me indicó que me apoyase contra una especie de reposacabezas metálico y me tomó la foto. Yo intenté sonreír y mostrarme despreocupado. Nunca se sabe cuándo estas fotos pueden salir a la luz y joderte una brillante carrera profesional como estrella de cine, así que adopté la pose del rebelde sexi y me dejé querer por la cámara.
?¡Siguiente! ?gritó el madero más próximo, jodiéndome el momento de glamour adolescente a lo Marlon Brando. «En fin, ya está hecho, ya soy oficialmente un delincuente», pensé mientras otro de los de la bata me pringaba todos y cada uno de los dedos con tinta negra y estampaba las huellas en cartulina blanca. ?¿Hacen falta todos los dedos? ¿Quieres también los de los pies? ?le dije en un arranque de rebeldía al funcionario de turno, quien me ignoró completamente. En general, el proceso me pareció interesante pero también humillante. Yo, un futuro universitario de colegio de pago y rancio abolengo, encerrado y fichado como un vulgar raterillo. En fin, me servirá de lección para mantenerme alejado de follones en el futuro.
(Extracto de YOBBO 98)
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