LA CARCEL V

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El resto del tiempo que pasé en aquella celda intenté impermeabilizarle como pude de los diversos dramas y miserias humanas que tenían lugar entre aquellas paredes, hasta que por fin llegó el momento de ver al juez. Unos funcionarios de los juzgados de Plaza de Castilla abrieron la puerta de la celda y dijeron mi nombre. Me despedí de Echeverría y del yonki pardillo, y seguí a los funcionarios hasta una sala pequeña donde aguardaba un señor de mediana edad y bigote poblado. ?Tú debes ser Chencho ?me dijo?. Yo soy tu abogado y también el de tu amigo Pedro. —Después de las presentaciones el abogado me explicó un poco el procedimiento que seguiríamos para ver al juez y me dio también una serie de recomendaciones de lo que hacer y lo que no. El procedimiento era sencillo, entrar en la sala donde estaba el juez y callarme la boca hasta que alguien me preguntase algo. Las recomendaciones eran básicamente ser educado, poner cara de imbécil y negar, muy respetuosamente, toda participación en el movimiento okupa o cualquier otro. Ni qué decir tiene que cuando por fin entré en el despacho del juez, me esforcé por cumplir todas estas premisas como si me fuese la vida en ello.

El despacho del juez era bastante grande y razonablemente lujoso para la mierda de sitio que son los juzgados de Plaza de Castilla. Entramos en él acompañados de dos ayudantes judiciales, quienes me animaron un poquito. ?Tú estate tranquilo ?me dijeron?, todos sabemos que la Policía ha detenido en su mayoría a chavales inocentes que solo estaban de copas por Malasaña. ?Esto me dio algo de confianza para encarar el mal trago.

Yo me imaginaba al juez como un señor con mala uva, así que me sorprendió bastante que fuese una mujer de mediana edad cuyo rostro amable denotaba inteligencia, y no un facha iracundo y cejijunto. Es más, la juez me recordaba mucho a Ana Rosa, la famosa presentadora de la tele, y esto le dio un poco más de surrealismo a la historia. Después de ser detenido y encerrado entre okupas y yonkis durante dos días, sin comer ni dormir apenas, había llegado el momento de ser juzgado por Ana Rosa. Casi era para descojonarse de la risa.

Pero en lugar de reírme o hacer algún escorzo extraño, me quedé muy quieto y callado mientras el abogado se dirigía a la juez con suma cortesía para informarle de mi condición de joven injustamente detenido. La juez escuchó pacientemente al letrado, interrumpiéndole a veces con alguna pregunta de tipo técnico. Después de esto llegó el ansiado momento en el que se me permitió por fin decir algo en mi defensa. Cuando la juez me preguntó por mi participación en los hechos, negué tajantemente haber estado en ninguna manifestación o haber participado en algún acto violento. Me sorprendió muchísimo que ella me preguntase acerca de un pasamontañas que supuestamente me había incautado la Policía. «¡Qué hijos de puta mentirosos!», por primera vez en los dos días me retorcí de indignación y frustración contra los putos maderos. Una cosa era haber sido detenido en un barullo por tonto y otra cosa muy distinta ser acusado de algo que tanto ellos como yo sabíamos que era falso. Aun así disimulé mi rabia y midiendo al milímetro el tono de mi voz para resultar respetuoso, le dije a la juez en un alegato final:

?Mire usted, yo no he estado en ninguna manifestación ni milito en ningún movimiento político o antisistema. Tan solo soy un estudiante de COU que estaba tomando unas copas con mis amigos cuando fui injustamente retenido por la Policía.

La juez me miró detenidamente y la verdad es que parecía convencida de lo que le había dicho. En cierta manera me dio la impresión de que su silencio me animaba a seguir hablando.

?Además, es normal que un joven como yo se encuentre tomando algo en una zona de ambiente como Malasaña.

«¿Zona de ambiente? ?me quedé pensando?. Hostia, eso ha quedado muy gay. ¿No es así como llaman a las zonas de mariconeo?», pensé preocupado.

?Perdón ?me dispuse a arreglarlo?, me refiero a que Malasaña es más bien una zona, ya sabe usted, de alterne.

«¡Hostia puta!, ahora sí que lo he arreglado, ¿no es así como se llama a los prostíbulos y los putiferios? Ahora esta tía me manda a la cárcel por putero y maricón». Me empecé a poner muy nervioso y creo que el abogado hizo serios esfuerzos por mantener la compostura y no agarrarme por el cuello y estrangularme. Afortunadamente, la juez era una mujer inteligente y entendió perfectamente lo que, a pesar de mi torpeza, le había intentado explicar.

?No se preocupe usted ?me dijo?, ya sé que la gente joven se reúne en Malasaña y Bilbao para tomar unas cañas o unos vinos. ?Luego se volvió hacia el abogado y le soltó una retahíla de tecnicismos entre los que creí entender que me dejaban salir en libertad.

(Extracto de YOBBO 98)


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