DESASTRES SEXUALES I

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Me cogió de la mano y me llevó dócilmente hasta el ascensor ante la mirada pasiva de un recepcionista viejo y cansado, al que le daba todo igual. En el ascensor ya nos dimos un poco el lote y luego nos metimos en su habitación. Cuatro camas, un baño pequeño y mucha ropa tirada por todos sitios fue el panorama que me encontré. —Perdona el desorden —me dijo, mientras intentaba recoger algunas cosas que había tiradas por ahí.

—Tus amigas no aparecerán de repente, ¿no?

—No, le he dicho a una que tiene celular que me haga un miscall al phone de la habitación cuando salgan del club. Por si acaso.

—Ah, todo controlado.

—Bueno, y usted me tiene que prometer que hará todo lo que yo le diga, y sobre todo se irá cuando sea la hora. No se puede quedar aquí a dormir porque están mis amigas, do you agree with that?

—Vale, entendido.

—Bueno, pues póngase cómodo —me dijo señalando una de las camas para que me sentase. Yo más que cómodo me encontraba nervioso. Tantas horas de expectación y de aguardar lo desconocido habían hecho que de repente me entrase la inseguridad y unos nervios bastante tontos. Maya se sentó a mi lado y nos empezamos a besar mientras nos abrazábamos con cautela. Debería estar excitado en ese momento, pero no lo estaba. En su lugar tenía una sensación como de que algo no iba bien. Sentía como frío y a la vez un dolor y una extraña opresión en la tripa.

—¿Qué pasó?, ¿está bien?

—Sí, muy bien.

Seguimos enrollándonos un rato más, pero yo no lograba ponerme a tono. Los nervios me habían dado un molesto dolor en el bajo vientre que resultaba inconfundible. «No, joder, ahora no», intenté concentrarme en lo que estaba haciendo, pero no estaba cómodo. No estaba cómodo para nada. «Joder, qué ganas de cagar —pensé hacia mis adentros— y tié que aparecer justo ahora, amos, no me jodas». Bueno, eso no era nada extraño. Los nervios, la novedad, cierta sensación de culpa por estar haciendo algo reprobable y también un muy masculino miedo a no dar la talla habían provocado un poderoso deshielo en mi intestino grueso. Un deshielo al que pronto sucedería una riada de tal magnitud que ningún esfínter humano sería capaz de contener por mucho tiempo. Me puse como pálido y empecé a sudar. Tenía frío y unos retortijones que me moría, además de la aterradora sensación de que me iba a cagar en breves momentos. «Ya está, le voy a tener que decir que me voy a casa con alguna excusa patética y dejar pasar la oportunidad». Me aparté de ella.

—Bueno, ahorita qué pasó.

—No, esto...

—¿Se encuentra bien?

—¿Pu, puedo entrar al baaaño?

—¿Que se quiere duchar?

—¡Sí! —Joder, qué buena idea. Igual no estaba todo perdido—. Es que, ¿sabes?, he estado ayudando esta tarde en una mudanza y..., luego hemos cenado fuera y..., no me ha dado tiempo...

Me metí en el baño disimulando todo lo que pude. Vaya puta mierda de puerta que tenía, una especie de chapa corredera en lugar de un sólido tablón de madera, y encima sin cerrojo. Un segundo antes de tirarme de cabeza al retrete, se me ocurrió preguntarle a Maya: «Oye, ¿no tendrás un desodorante de spray que me puedas dejar?». Ya habrán adivinado que el propósito del desodorante iba a ser utilizarlo de ambientador, para disimular el tufo a bosta que estaba a punto de producir. «Sí», me dijo la tía, y entonces me sacó un tubo, como un tubito de pasta de dientes, pero con una crema que en teoría era desodorante. «¡Qué cojones es esto, grandísima hija de la gran puta!», me dieron ganas de gritarle, pero es que ya no podía más. Le di las gracias, cerré la puerta; «Es que soy muy tímido», le dije, y abrí la ducha para que hiciese las veces de amortiguador sonoro. Cuánto tarda una persona normal en ducharse, es algo que uno nunca se pregunta. Cinco, diez minutos. Quince, como mucho. Bien, pues yo tenía ese tiempo para cagar, ducharme, ventilar el baño, que además no tenía ventana, y aparecer como si nada. Estaba seguro de que algo saldría mal, pero había que intentarlo. Me senté en el váter. Gas, gas, sólido, sólido, menos sólido, gas otra vez, sólido y por último, líquido. Este no es un relato de esos graciosillos que se regodean de manera infantil en temas escatológicos, así que me limitaré a describir el acto fisiológico que sucedió simplemente como extraordinario, por no decir épico. Cuando por fin parecía que la evacuación había terminado, se me presentaron dos problemas no menos graves. El primero, el hedor, que era intenso, y el segundo, que me dolía, tanto el bajo vientre como el canal del orto, casi hasta más que antes de cagar. Dolor, pero también una extraña sensación como de tener todavía ganas de ir al retrete, aunque fuese físicamente imposible que me quedase ya nada más dentro. No daré más detalles del resto de operaciones post-truño salvo que tiré de la cadena, como cualquier otra persona de bien hubiera hecho en mi lugar.

Me empecé a duchar para limpiarme a conciencia, y también para hacer algo que me distrajese del dolor ese de tripa y ojete que me estaba matando. Al principio mal, pero poco a poco se me fue pasando, hasta el punto de que cuando acabé ya no me dolía nada. «Un problema resuelto», me dije, y para el otro, el del olor, decidí que le echaría la culpa a las cañerías del cutre-hostal si Maya notaba algo. « Ahora vas a salir ahí fuera y follar como un hombre», le dije al atontao que me miraba desde el espejo, pero al ver que todavía tenía cara de acojone, me dispuse a darle un par de consejos. «Mira, hijo, tú eres un salido igual que yo y te levantas todos los días con la tienda de campaña montada. Si ahora no se te pone dura de inmediato, no te preocupes, son los nervios. Tú sal ahí a disfrutar, sin presión y sin comerte la cabeza. Que tardas un poco en empalmarte, pues que espere... Y si se te impacienta, pues te bajas al pilón y encima quedas como un experto follarín».

Me puse una toalla, inspiré fuerte y abrí la puerta. Maya me estaba esperando en la cama, tumbada y vestida solo con sujetador, bragas y una especie de pantis por encima. Me acerqué y me tumbé junto a ella. Nos empezamos a besar y ya iba notando como una erección intentaba salirse a través de la toalla, cuando Maya me interrumpió:

—Tengo que decirte una cosa.

—¿Eh?

—¿Recuerda que dijo me haría lo que yo dijese?

—¿Síííí?

—Pues mira, ay, no se me enfade, pero es que no quiero hacer el amor.

«Quééé —pensé—. ¡Joder, si es que soy un desgraciao!, ya lo he estropeado todo».

—Pero ¿es por algo?, ¿qué he hecho? Mira, siento lo del baño...

—No, mi amor, es que ahora no estoy preparada. Escucha, yo ya tengo a alguien especial en mi país y quiero entregárselo a él. ¿Me entiende?

(Extracto de Cosas.Que.No.Se.Perdonan)


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