DESASTRES SEXUALES III

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Llegué a Luton un domingo a mediodía y Farah me fue a buscar al aeropuerto con sus viejos. Vaya cambio desde los tiempos en los que me escondía de ellos, ahora ya casi podía llamarlos papá y mamá. Ellos estuvieron muy amables conmigo, tanto que me dijeron que en lugar de con Nasira me iba a quedar en su casa. Bueno, por una parte, bien, porque estaría más cerca de Farah; pero por otra, me daba un poco de miedo no poder estar a mi aire. En casa de los viejos de mi chica estaba seguro de que iba a tener problemas para fumar y para estar a solas con Farah más de treinta segundos, pero como no había más remedio, me tocó aguantarme y aceptar de buena gana. Mi futura esposa estaba bien, más guapa que nunca, se podría decir, aunque un poco cortada al principio. Una vez llegamos a la casa de los padres en Danetree, me instalé en la habitación de mi prometida. Como es lógico, al no estar casados todavía, ella se tuvo que ir a dormir a una cama supletoria en la habitación de sus padres, porque en la otra estaban sus hermanas y no había sitio. El primer día de mi estancia allí me obsequiaron con una comida monstruosa, un tremendo plato de curry y otras mil cosas distintas, que me tuve que comer a la fuerza. Tanto comí que casi me pillé una indigestión y estuve el resto del día jodido y, además, quejándome. Ahí fue donde empezaron los problemas y las primeras tensiones.

—Well, if you couldn't have any more, why did you carry on eating? You should have said 'no more thanks'.

—I didn't want to be rude in front of your mum. She nearly forced me to eat.

—Nobody forced you to eat, you moron! You were the one pigging out on curry like an animal.

—Yeah, but she kept putting more food on my plate and I couldn't say no.

—Look, don't blame your own stupidity on us please. You're such a clown sometimes. Grow up!

Todo esto se solucionó, por suerte, con una noche sin cenar, un par de antiácidos y un momento difícil en el cuarto de baño. Al día siguiente ya estaba reestablecido y me levanté con renovadas fuerzas, tanto que en cuanto los padres de Farah se bajaron al piso de abajo a preparar el desayuno, entré en la habitación y me metí en la cama con Farah.

—Good morning babe! You're not angry with me, are you? —le dije, mientras mis manos palpaban con avidez senos, culo y piernas.

—What you doing? Get off —me respondió ella todavía medio dormida.

—Don't worry they're downstairs. If I hear them coming, I'll fly to my room... Well, to your room.

—Ok, you can stay, but we will get up in a minute.

Como, según ella, nos íbamos a levantar en un minute, no perdí el tiempo en manosear toda su anatomía, al principio por encima del pijama, pero no tardé en meter las manos por debajo de este. Como ella estaba de espaldas a mí, pude tocar sin problema todo lo que quise, pero lo que me mató fue su pelo. Ese pelo negro azabache, largo y muy liso, su olor y su textura al sentirlo contra mi cara. No pude más y me saqué el pene del calzoncillo a la vez que le bajaba el pijama y las bragas. Ella protestó un poco, pero muy poco, y yo le coloqué la tranca entre sus nalgas.

—No, no, don't stick it in now. It will hurt

—I'll just leave it there. Ok babes... You awright?

—Ok... Don't... Stick... It... —creo que se quedó dormida de nuevo. Pasaron unos minutillos en esa curiosa posición, ella de espaldas a mí, con mi pene encajado entre sus nalgas y la punta ya peligrosamente cerca de meterse en el chochete. Yo intenté controlarme, pero no pude y empecé a mover las caderas. Farah estaba medio dormida, aunque mis movimientos no parecían disgustarle, porque ella se movía también. Cuando el pene empezaba a meterse, ella hacía un movimiento hacia adelante para que no lo hiciese y me recordaba con un susurro que «dentro no». Pasamos un buen rato así, pero yo hubo un momento en el que llegué al punto de no retorno. Llevaba muchos meses sin tocar a la mujer de la que estaba locamente enamorado, tenía veintipocos años y la testosterona a mil por hora, así que ocurrió lo que tenía que ocurrir. Durante dos o tres angustiosos segundos fui consciente de que no iba a poder evitar eyacular y me debatí entre dónde hacerlo. Manchar las sábanas de Farah hubiese sido algo que ella nunca me hubiese perdonado y tampoco tenía tiempo para llegar al baño, así que al final me dejé llevar y me corrí ahí mismo como estaba, con la tranca metida entre las nalgas de mi chica y la puntita ya casi abriéndose paso hacia dentro. Después de un orgasmo monstruoso, a la par que a la fuerza disimulado, me di cuenta de la que había liado y me dispuse a afrontar con dignidad la súper bronca que Farah me iba a pegar. Pasaron dos minutillos y no ocurrió nada. Miré y vi que estaba dormida, así que tomé esto como mi oportunidad para escapar como un villano y dejarle la sorpresa para ella sola cuando se despertase. Con un rápido movimiento salí de la cama, me puse un pijama y me fui al baño a asearme un poco. En un periquete ya estaba abajo desayunando con Mr. & Mrs. como si nada hubiese ocurrido.

Cuando ya estábamos acabando, apareció Farah y me echó una mirada fulminante. Como sus padres estaban delante, no me pudo pedir explicaciones de por qué se había despertado con una sustancia viscosa y calentita entre los muslos. Yo por una parte estaba acojonado, pero por otra, casi me entra la risa cuando se sentó muy seria a mi lado y me dedicó una sonrisa forzada y sarcástica. —Son of a bitch —me dijo en un momento de descuido de sus padres y me pegó un puñetazo en el hombro. Bueno, me consolé pensando que podía haber sido peor, dado el genio de la moza, y nos dispusimos a prepararnos para ir a Coventry de compras.

(Extracto de COSAS QUE NO SE PERDONAN)


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