A las tres semanas nos encontrábamos ambas en una cafetería tomando un café y planeando que hacer ese fin de semana que teníamos libre cuando un chico se acercó a nuestra mesa.
- Hola, ¿qué tal?
Alzamos la mirada y nos encontramos con un chico de 1,83 m, moreno, de ojos color miel, piel pálida y sonrisa tímida.
- Hola- contestamos a coro.
Él sonríe sin mostrar los dientes. Sin dejar de mirarme.
- No os quiero molestar. Sólo haceros una pregunta.
- Dispara. -digo
Entonces, centra su mirada en Noelia y dice:
- ¿Ves a ese chico que está ahí de espaldas? - Ella asiente- Pues, hace unas semanas se rompió la nariz, bueno, más bien se la rompieron y dice que fuiste tú. ¿Es verdad?
Ambas nos miramos y nos empezamos a reír.
- Supongo que eso es que sí. Pues me alegro. Porque es un capullo y se lo merece. - Dice en alto para que le oiga.
Veo como se tensan sus músculos y más cuando oye la voz de Noelia.
- ¡Eh cachorro! ¿No dices nada?
Entonces, se lavanta de su silla y se acerca a su mesa.
Le mira, le sonríe, le dice algo que no llego a escuchar y se sienta a su lado. Se queda callada y no le deja de mirar. Intenta permanecer seria, pero al final la risa la acaba pudiendo y se ríe a carcajada limpia en su cara. Yo me pongo alerta, no vaya ser que el bruto éste intente hacerle algo, pero algo extraño sucede. Él también comienza a reirse y como para no. Noelia tiene una risa tan contagiosa que hasta yo me doy cuenta de que me río. Eso es que las cosas van bien. Saco un cigarro, se lo enseño y me hace señas para que me vaya. Está bien.
Según salgo, veo que el amigo del cachorro me sigue.
- ¿Te importa si te acompaño? Tu amiga me ha robado a mi amigo.
Y sonríe con timidez.
Es guapo.
Sonrío.
- ¡Claro!- Le ofrezco un cigarro.- ¿Fumas?
- No. Tuve una época en que fumaba pero no tabaco.
- Ya. Yo lo he intentado dejar como cinco veces y nunca he podido.
- Eso es porque relamente no has querido.
- Puede ser. Lo intento ir dejando poco a poco y he tenido días en los que sólo me he fumado tres cigarros.
- Creo que lo de dejarlo poco a poco es una excusa para no dejarlo. Lo mejor es dejarlo de golpe e intentar mantenerse ocupado. Intenta quitarte la rutina de cigarro y cambiarla por otra.
- Sí. Debería.- Es majo, pienso. Transmite confianza- ¿Sabes? Lo dejo ahora. De golpe.
Cojo mi cigarro y lo rompo. Y tiro la cajetilla a la basura. Tengo un pequeño momento de euforia pero según lo tiro pienso, ¿qué coño estoy haciendo? ¿le estoy intentando impresionar? ¿le quiero impresionar? Mierda. Ya está hecho.
- Vamos, te invito a lo quieras por ese gran paso.
- Pues va a tener que ser una cerveza gigante y una buena charla si no quieres que de media vuelta y coja el paquete de tabaco de la basura.
- Hecho. - Esta vez sonríe mostrando una magnífica dentadura blanca. - ¿Cómo te llamas?
- Carolina.
- Roberto. Encantado.
- Igualmente.
Veo a Noelia hablando animadamente con Lorenzo que así es como se llama el cachorro, asíq ue le propongo a Roberto quedarnos bebiendo en la barra para no interrumpirles. Aunque no parecen percatarse de nuestra ausencia.
Y así es como comienza mi amistad con Roberto. Roberto Sánchez. El tercero de cinco hermanos, de padres separados y creyentes en el cambio y la revolución. Tiene 22 años, uno más que yo y es de un pequeño pueblo de León. Donde al parecer también tiene a su novia con la que lleva cuatro años.
Y sí, me siento un poco idiota. Ya había fantaseado un poco y hace un momento, he tirado mi paquete de tabaco y he decidido dejar de fumar porque él lo ha dicho. Vaya pringada estoy hecha. Pero aún así, no se me quitan las ganas de conocerle. Sólo cambia mi chip de futuro ligua a amigo.
Me pide que le hable de mí, pero mi vida no resulta emocionante. No he hecho grandes travesuras como él con sus hermanos porque soy hija única.
Así, le cuento lo poco que hay de mí. Que tengo 21 años, que vivo con mi padre, que mi madre murió cuando era pequeña y que mi padre me ha inculcado desde pequeña el amor por los animales y la naturaleza, a creer en mí y a defender lo que creo.
Sin darnos cuenta, se han pasado las horas y al fijarnos en Noelia y Lorenzo, vemos que están más cerca, incluso que se tocan las manos. Le cuento la historia desde mi perspectiva y alucina. Nos reímos. Debatimos. Se ríe con lo de cachorro, de que se les llame lobos y se burla un poco de mí.
Pero es tarde y hay que marcharse. Llamo a Noelia desde lejos. Me ve, asiente y se levanta y viene hacia nosotros con Lorenzo. Nos presenta oficialmente y nos marchamos los cuatro juntos entre risas, buen rollo y confianza.
Al ir a dormir, Noelia me dice:
- Me he enamorado.
Y pienso, creo que yo también.
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