Mi rutina y la de mi televisor

Son las siete de la mañana. El despertador está programado para las siete y media, pero hay mucho que hacer, y me levanto.

Comienza la rutina diaria. Me aseo, doy de comer a mi canario y le cambio el agua de su bebedero y de su baño. Antes de ayudar a mi padre a levantarse, enciendo el televisor. La caja tonta, como muchos, con toda razón, la denominan, también empieza su particular rutina: un alcalde del partido en el poder, uno de los tantos que abundan en los pueblos de mi comunidad autónoma, ha sido detenido por corrupción; noticias de fútbol, no solo del campeonato oficial sino del otro, del de las mordidas y las deudas; pullas hacia un partido de la oposición; y también, aunque de pasada, de muy pasada, que la Audiencia Nacional ha vuelto a desestimar por enésima vez otra denuncia contra esa formación política.

Mientras vigilo que la leche del desayuno de mi padre no se derrame mientras hierve, puedo oír como una mujer se siente orgullosa de haber votado en las últimas elecciones generales al partido del alcalde que han detenido. Y después de esa señora, el líder de su partido vuelve a hablar de los dos millones de puestos de trabajo que va a crear. Sin embargo, no hace mención alguna de los despidos gratis, de la explotación laboral que ya se padece en el país desde que ganó en las últimas elecciones, no estas, sino las anteriores, o de los salarios basura que obligan a esos empleados a comer en comedores de Cáritas.

Y en esa monotonía, transcurre el día hasta la noche. Luego llega la hora de dormir, y también la de soñar. Y en mis sueños, Groucho Marx grita: ¡Dos millones de puestos de trabajo!. A lo que Chico contesta: ¿Cuánto se cobra? Y Groucho responde: ¡Nada!. Suena un bocinazo, es Harpo, el mudo de los tres hermanos. Entonces Chico dice: ¡En lugar de dos, pon tres!. «¡Tres millones de puestos de trabajo! ¡Es la guerra! ¡Más miseria! ¡Es la guerra!» replica Groucho.