Alí abre los ojos. Un ligero viento impregnado de un olor a rosas y jazmines lo reconforta. Frente a él, avanzando con paso lento, cabizbajas y sumisas, tres hermosas muchachas se dirigen a su encuentro. Las tres, una vez se hallan ante él, lo rodean con sus brazos y acercan sus bocas entreabiertas a su cara y a su cuello. Abandonándose a aquel placer, el chico cierra los ojos e inspira una porción del delicioso aire.
Sin embargo, la perfumada brisa, una vez llega a sus conductos nasales, se convierte en un vapor de azufre que abrasa hasta sus globos oculares. Poco menos que una incomodidad comparada con las dentelladas que queman su garganta y cuyo origen no descubre hasta que abre los ojos. Las tres jóvenes son ahora tres cerdas de afilados colmillos y pupilas como rubíes que se ceban con su cuello sin que él pueda siquiera gritar. El dolor es tan insoportable que vuelve a cerrar los ojos y se desmaya.
En ese estado de inconsciencia se ve a sí mismo. Son visiones que le resultan familiares. En ellas se encuentra desayunando con sus padres y con su hermano. El yogurt, los dátiles, las pasas y la miel son tan reales que incluso puede sentir su dulzor como aquella mañana en la que los devoró consciente de su importancia y de la que tendría cuanto sucediese dos horas después. Lo siguiente que ve es otra vez su imagen, esta vez sentado en la cama con un grueso cinturón rodeando su abdomen mientras sujeta su móvil con una mano y con la otra tantea un pequeño botón situado cerca del cierre. Su amigo, desde el teléfono, vuelve a repetirle las mismas palabras que aquel día: No sentirás nada; solo será algo así como un pequeño flash, y luego estarás allí, gozando del placer eterno de tres mujeres celestiales entre aromas de rosas y de jazmines. La última visión es la de una cafetería y, en una fracción de segundo, un destello que borra la imagen de decenas de personas que abren sus bocas para emitir un grito que nunca oirá.
Tras aquella ensoñación, siente de nuevo el aire perfumado y también vuelve a ver a las tres mujeres a las que, resignado, entrega su cuerpo.
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