El frío caía sobre nuestros pies mientras el miedo quemaba nuestras tripas. La cabeza había quedado vacía una semana atrás, nada más partir a la conquista de nuevas tierras. Mi cuerpo, tembloroso, se escondía tras el escudo y gritaba bajo el casco en la primera línea de la batalla. Mis ojos me advertían del mal que acechaba en el frondoso bosque, a la par que el alcohol mataba cualquier sentimiento que floreciera en nuestro interior. Así, la línea de cornetas comenzó a sonar. Ya se podía sentir, la muerte nos esperaba a tan sólo unos metros. Venía a recogernos, ya escuchábamos su ansiosa llamada. Entonces los tambores explotaron, las trompetas aceleraron y por fin sonó: ‘¡Adelante!’ Había llegado nuestro momento de gloria. Era la hora de disfrutar del paraíso terrenal en su mayor esencia, la guerra. Desenvainé la espada, agarré con fuerza el escudo y corrí sereno a cumplir con mi deseado destino: morir en batalla.
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