Sy, sy, sy1

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En plena siesta de un caluroso domingo de enero, mientras las chicharras aturdían, de tal modo que casi te despabilan del atontamiento provocado por las altas temperaturas asociadas a la humedad, en el patio trasero de una gran casa arbolada, Mariana jugaba con una muñeca que perdió un brazo.  

La navidad había pasado y ella soñaba con volver a ver a sus hermanos y padres. Eso le habían prometido cuando llegó a la casona de Ña2 Ruperta. Apenas comprendía el porqué debió irse de la casa de sus padres con sólo seis años y ayudar en las tareas domésticas en casa de extraños.

? Le pediré a mi hermano Robertito que te haga las manitos que te faltan  ?  dijo Marianita mientras acariciaba su mutilada muñeca. En dos meses sería su cumpleaños. Lo único que esperaba, cada día del caluroso enero, era ese en que le avisaran que sus padres la venían a buscar para volver a casa y ver a sus hermanos, por unos días. Pues había comprendido que seguiría en la casona por un largo tiempo. Se sentía sola, y aunque ya no lloraba por las noches, le molestaba el pecho al pensar en su familia.

? Mitakuña'i3 ¿qué hacés ahí? Vení y cebame el tereré4. Este calor me está matando  ? ordenó con ronca voz el patrón, don Casildo. A quien había que llamar "señor". Y cada mañana al verlo, juntar las palmas de las manos y pedirle su bendición. Costumbre que la niña traía de su casa, en la cual su padre pronunciaba, igual que don Casildo, la frase: "Mi bendición".

 

La niña concurrió a la escuela los primeros meses del año, pero sobre mediados de Julio le dijeron, los dueños de la casona, que no iría más, pues no estaba cumpliendo con sus tareas de la casa. Y así, de un día para el otro, Mariana dejó de ir a la escuela. Allí, si bien jugaba con otros niños, era tratada con desdén por algunos. La llamaban Tití, por subirse a los árboles con gran habilidad. Esto era algo que compartía con sus hermanos en el campo.

Había llegado a la ciudad con su madre -que traía en su cuello una medalla de la santísima Virgen María, de quien era muy devota- tras medio día de andar en carreta y otro tanto de recorrer caminos asfaltados en un colectivo que las dejó en la terminal de la capital. Venía con la ilusión –compartida por su madre ?  de ir a la escuela. Al bajar le aturdió el gentío, la voz chillando en los parlantes que anuncian las salidas y llegadas de colectivos; los vendedores de chipás, de relojes y cuanta cosa más. Se desplomó, tanto por el cansancio como por el extraño ruido, tan distinto al silencio del monte.                    

 Al bullicio de la ciudad se acostumbró con rapidez, como a los vendedores en los puestos, al amontonamiento de gente, ropa o basura en calles y en los colectivos. Y lo hizo al tener que acompañar a doña Ruperta en su marcha al mercado 4. Si bien no tenía que cargar grandes bolsos -si los medianos- debía escoger las verduras más frescas, las frutas más sanas, tal como solía hacer al ayudar a sus padres en el campo, al recolectar o cosechar, unos junto a otros. La recompensaba generalmente, doña Ruperta, con un chipá; en ocasiones con un chipá so'o5. Marianita, aunque no lo dijera, preferiría una de los grandes chupetines, esas paletas de colores que les compraba a sus hijos la señora.

 

Esa siesta en que Mariana soñaba despierta, con su muñeca desmembrada en un rincón, porque debía cebarle el tereré a don Casildo, pasó algo que no olvidó.

?  Marianita  ?  le habló casi susurrando el señor Casildo  ?  vení y sentate aquí. Al tiempo que le indicaba que se subiera a su regazo.

? No, no hace falta señor. Estoy bien así. Aquí está su tereré  ? balbuceó la niña.

? Sí ... Pero vení aquí Marianita  ? reiteró el patrón, al tiempo que la levantaba sobre su falda de un tirón. Luego pasó sus manos sobre los muslos de la niña. Ella se soltó, dio un salto y trepó con destreza el árbol de mango del patio. Arriba quedó mirando al Yasì-Yaterè 6 cortando el zumbido de la siesta; con su emisión a viva voz: sy, sy, sy. 

   

                                                                                                                                          Pedro Buda

                                                                                                                                     Walter H. Rotela

Voces de la lengua guaraní usadas en este cuento.

1 Sy, sy, sy: Mamá, mamá, mamá

2 Ña: Modismo popular que reemplaza a la expresión "Doña"

3 Mitakuña'i:  Niña

4Tereré: Infusión de yerba mate y agua fría, generalmente con yuyos refrescantes. El contenedor de la yerba es una guampa (cuerno de vaca, cortada, con base de madera); se acompaña de una bombilla de metal o sorbete de madera.

5  Chipá so'o: Masa horneada de almidón, harina de maíz y leche relleno de carne.

6 Yasì-Yaterè : Dios tutelar de Yasi o "ñande sì" La Madre Luna, creadora de la raza guaraní. Es un enano rubio. Él simboliza la belleza y su representación lo confirma, pues le atribuyen singular encanto, "Luz de luna en los ojos, largo cabello rubio ensortijado, extraña sugestión en la sonrisa, irresistibles propiedades para conquistar mozas a las que rapta y ama, dejándoles un hijo que heredará su condición de Yasì-Yaterè".


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