El monumento más preciado

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Érase una vez una ciudad monumental por excelencia. De hecho, era uno de los lugares más visitados del planeta por sus famosas callejuelas medievales, sus fachadas de colores, sus palacios y torres repletas de leyendas, su empedrado de otro tiempo, eterno al caminar y un puente mágico y misterioso a la par.

Pero, ni por asomo, estas absolutas maravillas eran lo mejor de la ciudad para contemplar...

Habitaba allí un Semidiós de larga cabellera rubia como la cerveza local y unos ojos marinos llenos de viveza y de chispa. Era alto y esbelto, estéticamente, pluscuamperfecto.

A él, le gustaba principalmente contar historias a los extranjeros. Engañaba con ese aire hippie y despreocupado y sabía hacer de su oficio monótono algo fascinante ante los turistas que lo escuchaban y admiraban con total atención.

Con sus rasgos esculpidos con delicadeza, como si de una estatua mitológica se tratase y unas manos de movimientos gráciles, tenía el poder de encandilar a los visitantes con su don de palabra; mezclando con inteligencia y humor, estadísticas, datos históricos y cuentos para niños.

Muy seguro de sí mismo, coqueteaba con las féminas sin ningún atisbo de pudor. Podía permitírselo sin duda alguna. Pero su encantamiento seductor sólo llegaba hasta ese punto. Terminada su tarea de bello trovador, volvía a su hogar con su apuesta ninfa y su familia y seguía desplegando todos sus encantos con ellos, como ser benefactor que era.

Pero me temo, que las enamoradizas turistas hubieran querido algo más de ÉL... pero es lo que toca por ser un Semidiós y no un simple hombre   ;-)


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