Bien sabríais corazón mío,
a que triste pena me habéis traído
mas avéislo impedido
con vuestra irrefrenable alocución.
Pero oíd vos,
mudo yo,
estás pocas palabras
que os dedico hoy:
¿Por qué en desasosiego me mantenéis
mi huésped interior,
y victima me hacéis,
de esta horrida traición?
Pues si quiero mirar aquel lado
¿por qué os volvéis al contrario?
Engerido intento en vano
frenar vuestra sedición.
Si mente y corazón fueren
una sola carne, manumiso
de vuestras manipulaciones
lisamente me escaparía,
pero está enferma adicción
a mi propia introspección
merma mi valor
con su lisonjera voz.
Preso soy, por tanto,
de la peor enfermedad del ánimo;
opreso estoy, cautivo vivo,
de mi natural introversión
aquesta a la que devoto
entrego mi espectro
aquíla a la que no temo
sin plantear nona cuestión
ultra a la que sacro
concedo mis reflexiones
mis más profundas
y oscuras cavilaciones.
Y si me voy a casa
me encuentro conmigo mesmo;
y si no lo hago,
solitario me quedo,
mas si lo hago,
solitario también estoy,
y si no lo hago,
en soledad permanezco.
Y todo esto, corazón mío,
es culpa vuestra por
otorgarme esta heredad
de la que no soy heredero:
Una timidez que me enferma,
y que como el cáncer
me consume desde dentro.
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