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Ya no quedaban razones para llamarla, lo supe cuando se volvió sin querer hacerlo y me miró sin querer mirar. Su espalda habló por toda palabra y deseé detener ese momento, que no acabara tanto amor como sentí al verla marchar. No niego que lloré con el deseo de que se volviera y me viera llorar, de que viera todo lo que dejaba en mí. Todas las razones siguieron su espalda.
Miró. Se detuvo. Regresó. Limpió mis lágrimas. Me abrazó. No hay razones, tan sólo ella y yo. Las razones sobraban, quedaron atrás... en su espalda.
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