Dos Fantasmas Graciosos

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(Historias de mis tíos, cuando yo era pequeño).

Juan era un tipo fornido que presumía de su fortaleza y de no temer A NADIE NI A NADA. “¡Ja! Más aún, muchachos, soy un guardia municipal”, declamaba en el bar rodeado de sus amigos mientras vaciaban sus vasos de cerveza.
Don Tobías, el jefe de los guardias municipales, conocido por su buen humor, muchas veces se le criticaba por ser exagerado en sus bromas. Total, si se enojaban, no le interesaba y explotaba en carcajadas, sacudiendo su enorme panza. A su oficina llegó uno de sus funcionarios y le relató la jactancia de Juan Sin Miedo, como lo habían motejado al petulante funcionario.
–Mmm, así que Juan no le tiene miedo a nadie ni a nada –su rostro dibujó una sonrisa satánica– Okey, gracias por el dato.
Quedó solo sentado detrás de su escritorio; hizo un mohín de desagrado al recordar que sus amigos le habían aconsejado ser más suave con sus pesadas bromas. Se encogió de hombros, hizo un gesto de desprecio con su mano y, sonriendo maliciosamente, se acarició el mentón.
Mandó a llamar a su presencia a Juan “Sin Miedo” y le dijo que estaba cansado de los guardias que enviaba al cementerio municipal, porque siempre le daban excusas para estar en las noches.
–Son unos tipos muy cobardes. Fíjese, don Juan, que inventaron que sale un fantasma a asustarlos.
–De modo que –mirándolo a los ojos- he pensado en enviar un guardia valiente, muy hombre. Así les daré una lección a esos cobardones.
Juan salió de la oficina de su jefe con una sonrisa de satisfacción. Al fin le reconocieron cuánto valía; infló su pecho y pasó entre los funcionarios de escritorio con tranco largo; sonrieron burlonamente del presumido guardia.

Esa noche inició su primer trabajo nocturno en el camposanto. Llevó su canasta con café con “malicia”, es decir aguardiente, y sus buenos emparedados; dispuesto a pasar una guardia placentera.
Cercana la medianoche, cuando salen las fuerzas tenebrosas al decir del vulgo, se encontraba recostado en el pasto junto a una tumba, frente a los mausoleos de la gente de buena posición económica, abrió su cesto y se dispuso a beber su exquisito café cargado al alcohol. Oyó un ruido detrás de las casas de los muertos y, como no tenía miedo, se encogió de hombros y continuó su grata labor de comer en un lugar tan tranquilo.
Casi se atragantó con su bocadillo cuando a escasos metros vio aparecer una figura fantasmagórica, blanca, que se aproximaba como si fuera a atacarlo; el fantasma agitaba lo que parecían brazos.  
Al principio sintió que el corazón se le paralizaba por el temor involuntario ante lo desconocido, pero su mente razonadora lo calmó y observó con curiosidad al espectro, quien comenzó a gritar “¡Buuu, buuu, buuu!” que le recordó las bromas de sus amigos cuando eran niños.
Sospechó que algún gracioso quería gastarle una guasa. Permaneció a la expectativa y vio que detrás del bromista una figura blanca y pequeña fue creciendo; sin emitir ruido alguno se interpuso entre ambos y abrazó al falso aparecido. Este dio un grito de terror y cayó al suelo, en tanto que el segundo espectro se esfumó como si la tierra se lo hubiera tragado.

Superando el temor, Juan “Sin Miedo” quitó una sábana que dejó al descubierto el cadáver de su jefe, Don Tobías, que ya no haría más burlas.
La policía se hizo presente en el Sitio del Suceso y el médico legista dijo que había fallecido, probablemente, de un ataque al corazón.
Nadie tuvo una explicación lógica de la aparición de un segundo “fantasma”; prefirieron creer que un chusco quiso embromar a Don Tobías, pero no se pudo probar tal aseveración.


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