Un despertar sin ser, con apenas recuerdos y muchas ansias. Un corazón que se extraña y una ingravidez que se añora. Pesadillas de un mundo aterrador abren los ojos con males presentidos.
El dolor por el hambre, el dolor por el cuerpo pesado y el dolor de la injusta separación florecen en una queja que crece desde los labios.
En la oscuridad encuentro la cárcel y aferro, sin costumbre, sus barrotes. Inocente los escalo al descubrir el juego en la oscuridad. El perfume y la tibieza guían mejor que una brújula y cruzando mares de sábanas y océanos de lejanía, el tacto la alcanza.
Duerme y desconcierta, duerme e ignora, duerme y no quiero que duerma. Acaricio su semblante, peino su pelo y gimo sin resultado. Resignado, a aquel su sueño, me duermo a su lado en un abrazo de propietario.
Llega la luz, y los retortijones ardientes desde mi estómago logran lo que no pudo el cariño. La queja se hace grito y la urgencia bordea el llanto. No busco ropas, no busco afeites ni zapatos y a todo rechazo indignado.
La necesidad esparce la locura alrededor y no doy tregua ni paz. No me conforma esto, no busco aquello y no me acomodo acá. La violencia campea roja de furia y, ardiente, obnubila a este nuevo mundo impuesto por la humanidad.
Al fin aparece el brebaje, aquel primero y único, el elixir. Aplaca, llena el estómago y borracho me muestra la realidad. Desde mi alto trono distingo la luz de un sol sin tiempo, el movimiento de colores sin nombre y las vidas que me acompañarán a un futuro que ignoro.
Ahora todo es paz y armonía y, con gorgoteos de risa, le entrego la mamadera vacía a mamá.
Carlos Caro
Paraná, 19 de junio de 2016
Descargar PDF: http://cort.as/i1uO
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales