Roberto Salgado se presentó un día a la unidad, llegaba destinado directamente de la Escuela de la Policía de Investigaciones. Era un tipo común, un muchacho entusiasmado por ser Detective; no era feo, pero tampoco ninguna maravilla como varón.
Sin embargo, los “ratis” notaron que su mirada serena y clara era diferente. Quisieron hacerle bromas como se acostumbra con los recién llegados, pero por extrañas circunstancias no resultaban. Es más, los burlados eran precisamente los que querían tenderle una celada para reírse de él. La primera broma, macabra por cierto, lo obligaron a acompañarlos a la morgue para presenciar la disección de un infortunado que había sufrido un accidente.
Espiaban a Roberto y sus reacciones cuando entraron a la sala iluminada, donde estaba el cadáver. Como se quedara atrás lo empujaron hasta casi estorbar al médico que ya estaba abriendo el cuerpo desnudo; escuchaba como si estuviera ausente, ni un gesto de asco o rechazo. Era tanta la atención que prestaba que ni se percató del olor a las entrañas. Pero, la parte divertida fue cuando ambos Detectives chistosos comenzaron por sacar cigarrillos y encenderlos porque aparentemente no les agradaba el espectáculo y menos aún el olor a animal descuartizado; terminaron por salir corriendo a vomitar. La supuesta víctima conversaba tranquilamente con el galeno y le hacía preguntas acerca de la causa de muerte del infeliz hombre.
En el cuartel fue tanta la burla que les hicieron los compañeros a los dos fracasados payasos, que estos se dedicaron a vigilar al novato e intentaron hacerle bromas que nunca resultaron. Sin embargo, se percataron que tenía una extraña cualidad: desaparecía de entre el grupo como si se esfumara. Lo llamaban y aparecía en otro lugar del cuartel, así fue como lo apodaron El Duende, sobrenombre que no lo molestó.
Hasta ese momento El Duende Salgado se veía relativamente normal, pero una noche sin luna la superioridad ordenó efectuar una ronda a pie por la ciudad. Fueron a una oscura población, carecía de alumbrado público e iban caminando en silencio por el lugar más tenebroso, cuando Roberto tocó el brazo a su jefe y señaló un lugar entre las casas que apenas se veían.
_ Jefe, ahí está escondido un bandido.
Risas entre sus colegas, pero el Comisario ordenó desplegarse para evitar la huida del posible individuo. Con sus linternas descubrieron escondido detrás de un cerco a un conocido delincuente.
Desde entonces el Comisario Jefe se hacía acompañar en los allanamientos y búsqueda de delincuentes por el joven Detective. Fueron tantos los hechos en que demostró una especie de sexto sentido, que pronto su fama saltó a otras unidades y se le pedía concurrir en la búsqueda de delincuentes que les era imposible encontrar.
Un caso no les dejó dudas a los otros “ratis”. Desde hacía muchos meses acudían a la casa de un conocido estafador con el dato “fijo” que se encontraba en la casa, pero nunca pudieron aprehenderlo. El "Duende" los acompañó en una ocasión, se quedó atrás y observaba, los Detectives ya se rendían cuando lo vieron con los ojos cerrados; con burla le preguntaron si se estaba desmayando, pero debieron tragarse sus burlas.
El muchacho abrió los ojos y en el dormitorio del estafador indicó una pared. Sus compañeros se miraron como diciendo: “ Y este idiota ¿Por qué señala la pared?”. Ante las sonrisas burlonas , simplemente puso las palmas de sus manos en la plancha de madera y la deslizó hacia un lado; allí estaba acurrucado el individuo. De vuelta al Cuartel, fue interrogado por sus colegas, él callaba, hasta que llegó el Jefe y ordenó que lo dejaran tranquilo.
La envidia comenzó a cundir entre algunos Detectives por las extrañas cosas que hacía “el adivino” Salgado, fue perseguido y tratado de “raro”, dándole una connotación de homosexual.
Fue trasladado a una unidad lejana donde no sabían de su habilidad, pero pronto descubrieron que era capaz de ver lejos a quienes buscaban. Consideraron que tenía una vista de lince, hasta que en una oportunidad fueron a cazar al campo; cuando volvieron las murmuraciones fueron fuertes en el casino.
Su nuevo Jefe le preguntó desde cuándo era capaz de ver a las perdices e incluso a olfatearlas, sus funcionarios le habían relatado que olía a esas aves y lo peor de todo, las veía y señalaba donde nadie pudo distinguirlas. El joven policía disparaba con la escopeta y cazaba de dos o tres inclusive.
Transcurrieron los años, Roberto se dio cuenta que era necesario ocultar sus cualidades, llegó a ser Jefe de Unidad, una mañana llegó a su Cuartel.
_ Buenos días, señor. No hay novedades _ el conocido saludo protocolar que siempre era respondido con amabilidad.
_ Gracias, colega _ poniendo una cara de dolor. _Por favor, apague esa radio mal sintonizada.
_ ¿Qué radio, señor? No tenemos ninguna encendida a esta hora.
_ Por favor …, esa que escucho por allí.
Se introdujo al interior del edificio hasta llegar a un dormitorio, señaló un artefacto parecido a un receptor de radio, con una luz roja encendida.
_ Pero, Jefe … eso no es una radio …, es un “espanta ratas”. Huyen del ultrasonido y … es imposible que el ser humano lo pueda captar.
Hicieron la prueba, creyendo que el Jefe sabía la existencia del artefacto, después de unos 20 minutos de hacer una cadena humana, donde él estaba sentado en su oficina y un funcionario preguntaba :”Ahora, ¿Escucha, señor?”
Lo apagaban y encendían, una, dos o tres veces y Salgado respondía cuando estaba apagado y cuando lo encendían en repetidas y rápidamente. Absolutamente todas las acertó. Este experimento terminó con todos los funcionarios en la gran oficina del Jefe y lo miraban como si se tratara de un fenómeno.
_ Por favor colegas, les pido que no cuenten esta anécdota … no me gusta estar debajo de un microscopio.
Él rió, pero sus asombrados subalternos recordaron los anteriores comentarios acerca del Comisario sobre su extraordinaria sensibilidad.
Cuando lo conocí era un señor joven para ser Jefe, agradable, sencillo, pero con un genio endiablado cuando se enojaba. Una oportunidad lo acompañé en un interrogatorio a una mujer, cuyo marido estaba desaparecido. Su voz lenta, bien modulada, sin amenazas, ejercía un efecto hipnótico en ella, quien lo acusó de querer hipnotizarla, siempre respondió que ignoraba dónde estaba el desaparecido. Fue dejada libre y pasó cerca de un mes, los vecinos lo descubrieron colgando de una horca en el entretecho, se había suicidado; se descartó que la mujer, por mucha fuerza que tuviera no podía subir el cuerpo de un hombre por una débil escalera de mano.
Se retiró antes de cumplir el máximo de tiempo en la Institución, cansado de persecuciones que nunca tuvieron justificación. Aquellos Jefes de alto rango, que sabían de sus habilidades, quedaron sorprendidos cuando hasta dos años después de su retiro se les informó que ya no era Detective. Protestaron ¿Cómo lo dejaron irse?, pero ya había ocurrido.
Ahora en algún lugar del país vive tranquilamente Roberto Salgado, alias El Duende, con sus extraordinarias habilidades, tal vez en un pequeño pueblo donde nadie lo conoce.
(Historia basada en la realidad, nombres y lugares han sido cambiados).
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