Mi destino

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Siempre anhelé un final lejano, que me encontrara consumido y dignificado por el trabajo, gastado por los años. Una vida intensa, entregada al laburo. Qué otra suerte podía desear alguien como yo. Odiaba pasar desapercibido, temía al olvido.

La crueldad del destino hizo que en plena juventud no fuera olvidado, ni herido, simplemente obsoleto. Mi mayor ilusión era servir, pero el progreso me apartó. Las nuevas tecnologías me superaron, ya no fui útil en los ámbitos más destacados, debí conformarme con trabajos menores en un almacén de barrio. Sin embargo, en aquel lugar conocí el calor humano, el amor por las pequeñas cosas, el valor que se da a lo propio sin necesidad de esperar más para obtener más.

El abrazo diario de Don Manolo era más reconfortante que cualquier destino de grandeza. Allí transcurrieron los últimos años de mi vida. El final llegó cuando mi cuerpo no pudo más, mi patrón me sostuvo hasta que fue imposible trabajar conmigo. Comprendí que era hora de jubilarme cuando la esposa del almacenero le gritó a su marido:

-Manolo coge un lápiz nuevo, ese está tan gastado que ni se lo puede sostener. – al tiempo que susurró- Viejo miserable.


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