Amor exhausto

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En la quimera, la hoja silbó con un sonido metálico e hirió las venas. Mis dedos palpan la imaginaría lesión con un cansancio inmenso y no comprenden la oscuridad ni tu lejanía.

 La mano navega entre las sábanas y las mantas del lecho, y se congela en la soledad. La escarcha la cubre, se derrama y hace hielo mi espíritu. Patético, te extraño con una melancolía que niega toda felicidad, que se pregunta por qué ha salido el sol, por quién doblan los trinos y cuestiona hasta el mismo subsistir.

Al abrir el armario, tus vestidos son mortajas que despiden un aroma a hojas marchitas. Los zapatos taconean en mi mente un apuro que no tuvo dirección ni cometido. Las chalinas, amarillentas, cuelgan desmayadas de algunas perchas y los cintos, que suenan como esqueletos, no abrazan ya tu cintura.

 En el baño, tu cepillo me lancea con un cabello y los restos de perfume despiertan la ilusión de besar tu cuello. Creo verte a mi lado hasta que el vapor empaña todo de gris y con horror me niego a limpiar esa dulce humedad que me consuela.

Huyo. Huyo obnubilado por tu recuerdo y sofocado por necesitarte, busco y rebusco en los rincones. Atravieso cuartos sin tu presencia, puertas que no te encuentran y lloro frente a un hogar que no te entibia.

Encuentro la caja donde guardé las cartas de aquel viaje en que me escribiste tu felicidad. Las letras se han gastado bajo el recorrido febril de mis ojos, pero no las necesito para oír tu voz, tu alegría y tu cariño en el tímpano de la memoria.

El dinero mantiene este templo que fantasmas limpian y acomodan. La comida, sin tu sazón y con mi delirio, noto a veces, que viene y se va. Sin embargo, nadie toca tu jardín que un tiempo ignoto ha hecho selva y donde te busco en vano.

Me acompaña el silencio de la siesta y un ramo que no alabará tu belleza. El sol molesta a los espectros que siguieron tu funeral y los ecos de mis pasos se dirigen a tu destino.

Allí veo tu foto y no te reconozco, te hablo y solo encuentro la piedra silente, saboreo el aire y lo amargo de la angustia me enajena cuando el filo cumple su cometido en la muñeca.  

Mi aliento escapa con el anochecer…, como la última luz. El pulso en mi pecho calla poco a poco… hasta el silencio y el corazón se escurre…, suave y lánguido…, hacia ti.

 

Carlos Caro

Paraná, 27 de julio de 2016

 

 


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