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“Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar”. Con un quejio que no sabía de donde había salido, Marcelo lanzó un deseo que cambió el gesto a la estupenda joven veinteañera que lucía una elegante ropa interior negra, a punto de ser eliminada de su escultural cuerpo. Marcelo, al que apodaban “El gamba”, bien por sus finos y alargados bigotes o por su escueto esqueleto, pensó para sí mismo, “Gracias a quien sea por este regalo. Espero que cuando termine y muera, esta maravilla de mujer se acuerde de la última voluntad que dije hace un momento”. Y la palmó.
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