Tras varios besos, abrazos, agradecimientos y alguna que otra lágrima, la premiada se
levantó de su lugar de aposento y bajó la escalinata que llevaba hasta el escenario
donde, la rubia del vestido rojo, le esperaba con una enorme sonrisa, digna de un
anuncio de dentífrico, y un trofeo en forma de tubo plateado, con ribetes dorados,
estrecho en su base y algo más abierto en su desembocadura. Un último achuchón entre
ambas mujeres, a saber, si era sincero o no, permitió a la premiada coger la ansiada copa
y el papel acartonado donde pudo leer, MEJOR GUIÓN ORIGINAL. Embutida en un
llamativo traje negro, que dejaba al desnudo uno de sus hombros, sacó, de su pequeño
bolso marrón oscuro a juego con sus zapatos, unas gafas de leer y un papel doblado, muy
delicadamente. Al ponerse las gafas, miró el documento con celo y decidió, unos
segundos después, devolverlo al lugar de donde había salido, siendo acompañado, por
supuesto, por las gafas cuyo paseo había sido enormemente breve. Al finalizar la salva
de aplausos, la premiada se dispuso a dirigirse a la platea.
- Seré breve. No voy a agradecer, a los que me quieren, nada. Ellos ya saben quienes
son y lo mucho que han luchado conmigo, tanto en lo profesional como en lo personal
- un rápido vistazo al público, y prosiguió – Este premio está dedicado a todos aquellos
que me mandaron a la mierda. A los que me dijeron que no había procesos de recepción
de guiones en muchos años. A los que insistieron en que me dedicara a otra cosa, por
que para esto no valía. A los que escuché quejarse, amargamente, de que aquí es muy
difícil hacer cine, cuando son los primeros que no permiten hacerlo. A todos ellos,
¡Gracias! ¡Me habéis dado un motivo para seguir adelante! ¡Y a los que peleáis a diario,
ya sabéis lo que tenéis que hacer cuando os encontréis a todos estos! ¡Luchar!
Todos los asistentes aplaudieron emocionados, encantados con aquellas palabras. La
premiada sólo pudo darse la vuelta y realizar, una y otra vez, reverencias, reverencias y
más reverencias hasta que……….
Una sintonía tipo reggae, proveniente de un smartphone, hizo despertar a Julia,
amodorrada justo delante de su portátil. Necesitó unos segundos de acoplamiento al
mundo real hasta que se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Pero un sueño lo
suficientemente bueno como para arrancarle una sonrisa y colocar sus manos sobre el
teclado. Y, botonazo a botonazo, dejar correr su imaginación y continuar peleando por
las historias que quería contar a la gente.
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