La cabeza de Alicia se movía, de manera violenta, a izquierda y derecha, mientras permanecía dormida sobre la cama. A unos pequeños gemidos de nerviosismo, siguieron otros, más pausados, a la par que placenteros. Alicia, inconscientemente, llevó su mano derecha a la zona de su sexo, introduciéndola, con delicadeza, tras sus elegantes bragas de lencería fina. Con la yema de su dedo corazón, comenzó a masajear su labio, en pequeños círculos que se iban agrandando, llegando a introducirlo más profundamente, acompañado del índice.
Los movimientos se hacían más y más frecuentes, más rápidos y más profundos, seguidos de vehementes agitaciones del cuerpo de Alicia, a izquierda y derecha, arriba y abajo. Estirando su cuello hacia atrás, no pudo evitar que la mano izquierda avanzara hacia uno de sus pechos para acariciarlo, rozando, con suavidad, su pezón. Y entre todo ello, la imagen de Carla se había instalado en su cerebro.
Carla, la amiga de toda la vida, la que la había acompañado en los buenos y malos momentos, la que la había presentado su primer novio. Carla, la de aquel pelazo negro que llegaba a mitad de la espalda, la de cuello de porcelana y mirada profunda de ojos rasgados. Aquella de, cuyo cuerpo, se sentía Alicia profundamente enamorada. Carla aparecía en aquel sueño que la había llevado a un momento de éxtasis total.
- ¡Mama, mama! – se escuchó en la habitación contigua.
Aquellas voces despertaron a Alicia del trance, notando humedecida su zona vaginal y viendo como sus pechos quedaban al descubierto, para su sorpresa. Junto a ella, en la cama, su marido dormía plácidamente, mientras que era su pequeña de cuatro años la que la llamaba, tras despertar por una pesadilla. El mismo despertar que la hizo regresar a su propia realidad.
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