NOS ODIAMOS AMARGAMENTE
Por Onofre Castells
Enviado el 11/08/2016, clasificado en Reflexiones
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Me encojo y me dejo caer al suelo como el lápiz que se precipita de la mesa del viejo dibujante. No deberíamos hacernos viejos -dice él-. No deberíamos haber nacido -digo yo-. Los dos estamos en lo cierto -agrega aquél moviendo la cabeza-, no deberíamos haber nacido, y habiendo nacido… deberíamos perecer cuanto antes. Es demasiado extraño, ahora que lo pienso. Dime, ¿qué es eso que te parece tan extraño? Esto de haber nacido -apunto- y cogerse tanto cariño para luego tener que morir. Somos insignificantes -agrego-, ¿verdad? Sobre todo tú -me espeta-. ¿Lo dices en serio? -inquiero admirado- No, sólo bromeo, en verdad somos igual de insignificantes. ¿Sabes una cosa? ¿Qué? Me he buscado a mí mismo y me he horrorizado -al decir esto me llevo las manos a la cara-. ¿Por qué ese horror? -él se lleva ahora también las manos a la cara- Ningún ser racional de verdad -empiezo-, pudiendo elegir, querría ser como yo, ni como tú ni como ningún otro ser humano en la medida en que somos demasiado débiles, inútiles, perennes, absurdos… Si el ser pudiera escoger antes de ser escogería ser acto puro, pura contemplación, puro pensarse a sí mismo durante toda la eternidad. No deberías leer tanto a Aristóteles -me dice-, te está privando de que puedas pensar por ti mismo, ¡atrévete a pensar! Lees demasiado a Kant -le advierto-, eres incapaz de hablar por ti mismo. Nos reímos como buenos amigos que somos, pero en el fondo nos odiamos amargamente en la medida en que odiamos con todas nuestras fuerzas la realidad. Somos, en fin, pura contradicción, pura mentira.
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