La sala está casi vacía. Hay un hombre sentado en una de las sillas. Es un hombre con un aspecto brutalmente normal, absolutamente prescindible, radicalmente innecesario. Elijo la silla que está más alejada de aquél tipo y me acomodo. El hombre me mira, percibo sus ojos de periscopio escrutándome. Es asqueroso. Al punto aquél lanza una sonrisa compacta y dentada seguida de una cascada de carcajadas vacías. No sé de que se ríe... me siento confundido... El hombre se levanta y se aproxima a mí sin dejar de prodigar esas carcajadas vacías. Su cuerpo se dobla y de sus ojos de camaleón purulento se precipitan repugnantes lágrimas blancas que ensucian el suelo de la sala. Y yo.... yo... yo me voy disolviendo lentamente hasta dejar desnuda la silla que ocupaba.
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