La historia de un asesino en serie II
Por Ravelo
Enviado el 20/08/2016, clasificado en Amor / Románticos
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II
La mala suerte llega de repente. Ala, se presenta y ya está. Te domina. Yo intenté dejarla tirada, pero no.
La mala suerte fue que un día, mal día, en el muelle, al amanecer, me dejé llevar hacia una discusión que terminó con Manolito en el agua, pero antes recibiendo un navajazo en la garganta.
De la punta del muelle viejo se cae al agua y con una herida así, en un par de segundos pasas a formar parte del fondo marino.
Manolito me gritaba que mi padre era un santo. Y yo que no. Y él que sí. Y yo que en vez de santo, un cabrón. Y vino el primer empujón, y que si me dan ganas de matarte; eso él. En nada ya estábamos como gladiadores. Mi navaja en el aire y lo que ya ustedes se imaginan y saben.
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La policía preguntó. Mucho. A todo el mundo. A casi todo el mundo. Menos a mí. Así que pasó el tiempo. ¡A la mierda Manolito! Algo se decía en la plaza, en la iglesia, en el campo de fútbol, antes de comenzar la película, en el bar de Mario. “Un tipo de arriba”. “En la guagua de Santa Cruz bajó un hombre insultando a todos”. “¿No sería su hermana, que ya dijo que Manolito le había robado la casa?”.
Yo no opino.
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Después de Consuelo algo tenía que hacer para no matarme a pajas. Está bien una puta. Pero mejor una relación más o menos seria. Eso lo conseguí con Julia.
Julia era la hija de doña Francisca, la dueña de la pensión. Soltera, pero no por fea, sino por mala sangre. Limpia, pero a la hora de follar, casi igual que la puta de La Laguna que me tiré hace unos dos meses.
Le como el conejo igual que un niño chico se come un plato de comida que le gusta. Es lo que más me gusta. Y meterla cuando se pone de lado, y correrme fuera, haciéndome una paja y poniendo la leche en una nalga.
Julia no quiere casarse. No quiere que diga que me gusta. Y no quiere que le pida que haga caricias o que me suelte palabras bonitas cuando terminamos. Julia me estima a su manera, o sea, como a la pastilla de jabón cuando se baña.
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Los hombres con poco o nada que contar casi nunca se fijan en el horizonte. Yo creo que por miedo. El horizonte hace que uno se ponga a pensar. Yo le perdí el miedo al horizonte después de matar a Potro, ¿o fue después de cargarme a Bolo, a Bonifacio, a don Matías? ¿Fue después de ir a La Laguna y terminar con Ezequiel, Sebastián, Cabo? ¿Fue cuando en San Juan de La Rambla le cogí cariño a un viejo al que llamaban el Cubano?
Alguna vez pienso que lo mejor sería terminar con Julia. Pero no.
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Mi padre se está muriendo hace diez años. Mi hermano también. Yo también. Pero mi padre ya tiene noventa y siete años y todavía se caga en su puta madre cuando le duele algo.
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No sé lo que me pasa pero hoy la mano de Julia en la polla ha hecho que me corriera muy rápido. Vaya. No pasa nada. Se acomodó en la cama y ella solita consiguió hacer más hermosa la vida. Luego a seguir trabajando, ella con los papales y cosas así de la pensión, y yo con lo mío. Tedio.
Dame un beso sin lengua.
Fue de lo más tierno que me dijo Julia antes de comenzar a cojear. Después se volvió un poco, solo un poco más dulce.
La coja está contenta.
“La coja te da una patada en el culo y terminas en la puta calle pasando frío y hambre, maldito mierda”.
Esa es Julia.
(Continuará).
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