La historia de un asesino en serie IV

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Ya soy viejo. Apostaría por ser el único hombre sin alma que Dios ha fabricado.

Me cogieron. Me trincaron. Para tu tranquilidad: todos los hijos de la grandísima puta que se pasan la vida jodiendo, matando, jodiendo, matando, jodiendo, matando, terminan siendo pillados y encerrados, puteados, condenados; en fin, como en la mayoría de las malas películas.

Pero ya soy viejo. Unos muchachos me preguntan en el muelle por qué lo hice. “¿Eh?” “¿Qué por qué lo hizo?” “Ah, ¿qué por qué lo hice? Por la misma razón que empiezo a tener ganas locas de morderte la cara, pisarte la polla y romperte tu cochina alma en un millón de pedacitos. Es algo que se lleva o no se lleva. Por ejemplo, ahora mismo, y no importa que miren esos otros hijos de puta que están fumando y bebiendo en la terraza, cogería la piedra grande que tú también estás observando y con ella haría maravillas en tu cabeza. Y a los otros amigos, más o menos lo mismo. Estrangulamiento, navajazo, golpes con un remo. Disfrutaría con vuestra compañía”.

…Y otra vez solo.

………………….

Julia es la única que entra y sale de mi casa sin miedo. Creo que se ríe. De vez en cuando la tranco mirándome. Y me llama loco, pero como si me llamara gilipollas, bobo, tabobobo, bobimielda; no como si quisiera decir que soy un hombre con rabia, o algo así.

Vemos la tele, (ella la trajo y la encendió). Pero no nos tocamos. Ni un beso. Hablamos de sus cosas, de sus dolores, del colesterol, de las pastillas que debo tomar para no hacer más bulliciosa la Semana Santa que ya se acerca. Y me trae el almuerzo, la cena, y se lleva la ropa sucia. Yo creo que lo hace porque tiene una idea metida en la cabeza.

Mañana volveré. Buenas noches.

Por la sombrita.

Pero si es de noche, perro viejo.

Tú hazme caso, y vete por la sombrita. Siempre.

……………………………………………..

Y sí, ella tenía esa idea metida en la cabeza. Y me alegro. No podía ser de otra manera. Ella tenía que ser. Ella es la mejor. No había otra persona que lo hubiera hecho. Ni Dios.

…Y me mató con limpieza.

Dejó que me comiera la vieja con papas. Dejó que terminara con la cerveza. Luego el café.

Entonces llegó la muerte gracias al machetazo en la coronilla. Justo. En todo lo alto. Y sin perder tiempo se pone delante. Para mirarme. Una sonrisa bonita. Aunque ella también es vieja y ya no le quedan más segundos.

“Venga, a dormir que ya va siendo hora”.

Ya no te oigo, Julia, ya no te oigo; ni siquiera te huelo.

FIN


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