La más bella historia de amor jamás narrada

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Imagínate follando con una ciudad. Una ciudad muy puta.

Vamos. Di el nombre. Vale. Me gusta. Nos fallamos esa ciudad. Ella quiere, claro. (La violación está bien si eres el primer hombre en pisar Marte y encuentras un agujero en una piedra con olor a caño. Del resto, descartada).

La ciudad es una ramera. Vaya si lo es. Desde chiquita.

No se la follan desde que gatea, no. La ciudad comenzó a ganarse la vida haciendo lo que mejor sabe hacer sin tener la mayoría de edad.

¿Y cuando tiene la mayoría de edad una ciudad tan puta como la nuestra?

Siempre preguntado. Ayer mismo. O sea, que veinticuatro horas antes de tener esa edad liberadora, la ciudad se naturalizó y enseñó lo bueno que lleva por dentro y por fuera.

¿Lo bueno?

Quiero decir que la ciudad nos enseñó a ti y a mí lo único bueno que lleva. Porque tú y yo queremos de la ciudad la carne, más carne. La piel, más piel.

¿Mujer?

¿La ciudad? ¿Que si la ciudad es mujer? Coño, tío, qué complicado lo haces todo, joder. Yo que sé. ¿Tu quieres que sea mujer? Pues para ti la perra gorda. La ciudad es mujer. Pero si mañana prefieres que la ciudad sea hombre, pues nada, será hombre, y si prefieres que sea un rinoceronte, un mapache, un armadillo, una luciérnaga, un erizo de mar, una medusa, un gusano, coño, si quieres que sea tu puta madre, allá tú, pero a mí no me compliques la vida con tu rapsodia.

Follamos y follamos. La ciudad debajo, la ciudad encima, la ciudad a cuatro patas. Por el culo, por el coño, por el culo, por el coño, por los ojos, por las orejas, ¿por donde más? Ah, sí, por la boca, por la boca, por la boca. Primero yo, luego tu, los dos, otra vez los dos, siempre los dos. La ciudad disfruta. Toda la ciudad. Y la queremos así: ciudad sucia, fuerte, atractiva, pero no guapa. ¿Qué? Vale, vale: la ciudad la queremos así: también guerrera.

Al club de folladores de ciudades se van apuntando muchos hijos de la grandísima puta que ya no pueden más y proclaman sin miedo que están hartos, asqueados, aburridos, sobre todo aburridos de una ciudad que no les pertenece. ¡Que me quiero marchar, coño! Pero la ciudad es, cómo lo diría; la ciudad es como la puta madre que cuando eres tierno como una magdalena te soba y te soba y te soba y un día, cuando ya caducas, te mira con el ojo del predicador de Arkansas.

………………………………

No valen los pueblos. Los pueblos con un vecino, con una docena de vecinos, con un centenar o dos de vecinos. No valen los pueblos, repito. Aquí se habla de ciudades grandes, atestadas, insufribles, feas, inhabitables, pero cargadas de almas. Ciudades grises, plomizas, colmenas irrespirables, incluso esas ciudades olímpicas, con aspiraciones olímpicas. Ciudades en decadencia o ciudades aparatosas y con la megalomía por las nubes. Ciudades artificiales y corruptas. Ciudades históricas o fabricadas ayer, porque nuestra ciudades nunca nacen por combustión espontánea.

………………….

Pero hay un peligro. La ciudad muerde. Ya lo que creo, Muerde, golpea, se revela, te persigue, te huele, te señala, puede acabar contigo. Podemos, los dos, follarnos a la ciudad, pero ella puede también darte por culo.

¿Qué?

¡Darte por culo, cabrón! La ciudad es fuerte como tú. La ciudad es igual de hijaputa que tú. Igual de hijaputa que yo. ¿Qué te creías? ¿Creías que iba a ser fácil? ¿Ningún riesgo? ¿Sencillito? No, cabrón. Dar por el culo a la puta ciudad tiene su riesgo.

………………………

Carta de amor de Matilde al hombre de su vida. Bueno, en realidad es el final de la puta carta.

“No hagas más dolorosa esta despedida. Cuídate mucho, por favor. No me olvides. Yo nunca te olvidaré. Te ama. Matilde.”

¡La muy puta!

……………………

Carta de amor de Gregorio a la mujer de su vida. Bueno, en realidad es el final de la puta carta.

“Ah, Dios mío, ¿por qué hemos llegado a esta situación? No he sabido tenerte a mi lado. Te pierdo y me pierdes solo por mi culpa. Soy culpable. Adiós. No te olvidaré jamás”.

¡Será hijo de puta!


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