Me duele la mano. Esta mano. No me duele nada más. La mano con la que escribo. ¿Me la corto? ¡Fuera mano! La mano derecha con la que me hago pajas y golpeo a mis enemigos. ¿Me la corto? Sí. Viviré mejor sin ella. Seré libre de verdad. No estaré encadenado a las palabras. Ya nadie hablará de mí.
Un libro, un único libro bastó para alborotar el gallinero. ¿Y luego qué? ¿Qué esperan? Yo sé lo que esperan. Esperan otro sacrificio. Pero el escritor se ha secado. Como la higuera del evangelio. Está maldito. No da frutos. De él ya no puede alimentarse nadie.
Prefiero golpear antes que escribir. Prefiero la paja antes que la palabra. Prefiero quedarme sin mano antes que volver a experimentar el dolor. ¿Qué dolor? Tú dirás que no hay dolor. Pero yo sé que el dolor existe. Y prefiero olvidar. Y no dejaré que la maldita creación me sobreviva. Nada de lo creado merece ver la luz del nuevo día. Nada. Ni siquiera lo que hoy se publica.
En la librería el puto libro. “La última palabra”. Ponen el número de ediciones. Mi nombre muy clarito. Lo mismo, supongo, hacen en otros países.
Escupo en el cristal. Vuelvo a escupir. Rompo el cristal dando un cabezazo.
……….
Llego a casa. Entro en la cocina y cojo el cuchillo más grande. Mi madre duerme. Es fácil. “Esto va a doler”. ¡Más dolor!
……………………
Todos los escritores deberían arrancarse la mano derecha. Arrancarse la mano izquierda. Todos los escritores deberían ser el producto de la imaginación de un loco. Nada más. Formar parte de una extraña enfermedad incurable. Y todos los escritores deberían callar para siempre. Materia o energía oscura del universo.
……………………….
Acabas de leer el parte meteorológico de mañana.
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