Carta de mí vecina

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El cartero debe haber tratado de entregarla. Sin conseguir respuesta y, dado los años que me conoce, dejó la carta para mi vecina Adelaida bajo mi puerta. Seguramente no se enteró de su extenuada y súbita defunción.

Con una extraña melancolía, que semeja el duelo por un pariente, leo en el dorso quién la envió y me asalta la intriga. Adelaida mostraba su tristeza infinita y aparecía, al ponerse el sol, como si necesitara de la intimidad de las sombras para revelar las cartas. Ella me exponía, de su colección, la que consideraba el comienzo de la saga escrita por Aníbal, el sobrino:

Querida tía Adelaida:                                                                                                   

Ante todo quisiera disculparme por el tono de la última misiva que le envié. No estaba en mi ánimo ofenderla o preocuparla, pero lo apurado de la situación me llevó a esa demencia postal.

Recuerdo en esa, la angustia y la desesperación de Aníbal cuando se lamentaba por el cuidado del pequeño al que su concubina había abandonado durante un ataque de enojo.

Por suerte, o porque Dios protege a los necesitados, no precisé enviarle a la criatura (perdone la exigencia). Una compañera del trabajo, Juana (creo habérsela mencionado), en un rapto de bohemia y amor, se mudó conmigo para hacerse cargo y resultó tan buena persona que no le importa “el qué dirán” de los vecinos.

Entendí entonces que el enojo de la denostada concubina,  tenía el nombre de Juana, y las lágrimas de Adelaida se derramaban por ella al pensar que era la madre de su primer sobrino-nieto.

Al niño se lo ganó enseguida y ya la llama ma-má. Tengo una gran afinidad con ella y ha despertado sentimientos que creía extintos. Hemos formado una estupenda pareja y todo se encarrila.

Miré a Adelaida, desconcertado. Perdida en el guion de Aníbal, creía ser uno de los protagonistas y le seguí el juego para no torturar aún más su alma.

Sé, querida tía, que no nada en la abundancia. Sin embargo, me permito pedirle algún sostén económico. Juana ha debido sacrificar su trabajo para dedicarse de lleno a nuestra pareja y al niño.

Así comenzó el párrafo del dinero y como si leyera una de las revistas de fotonovelas, apreté fuerte la mano de Adelaida para que sintiera mi apoyo y estuviera atenta.

Aunque me molesta reconocerlo, ha tenido mucho tino al no contestar mis demandas. Esa perdida se aprovechó de mí. Holgazaneaba todo el día y solo esperaba el dinero para dejarme. Como dicen: mejor solo que mal acompañado.

Qué brillante narrador, cuán variadas historias. No hay manera de resistirse a querer u odiar a los personajes. Durante mucho tiempo, dudamos con Adelaida si eran diferentes subterfugios para sacarle algo de su pensión o, por su olvido y lejanía, una forma de distraerla.

Esperé la noche, le hablé al Señor para homenajearle una oración a Adelaida que la libere de su particular purgatorio. Rasgué el sobre con excitación y leo con fruición la nueva aventura:

Querida tía Adelaida:

No se angustie por mi silencio. En realidad las cosas marchaban bien, gané una fortuna en la bolsa y con ella compré un velero del blanco más puro. Sus velas escarlatas recorrían el océano Índico frente a África cuando fui raptado por piratas somalíes. Les entregué lo que poseía, pero quieren más, y por eso recurro a su cariño…

Me obligo a hacer un paréntesis en la afiebrada lectura, examino la dirección del remitente, una ciudad no demasiado alejada. Aníbal no sabrá por mi mano del deceso de su tía. Ahora entiendo la oculta locura de Adelaida. Ella entendía el extraño amor literario que Aníbal le profesaba. Hablaré con el cartero, y al hacerme pasar por ella, recibiré las novelas y enredos que él enviará, disparatado, hasta que su insania o la mía se rebelen.

 

 

Carlos Caro

Paraná, 21 de agosto de 2016

Descargar PDF: http://cort.as/keP_

http://carloscaro12.blogspot.com.ar/2016/08/carta-de-mi-vecina_22.html

 

 


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