Salgo de la mar y piso la tierra
Y en la tierra no hay hombres, no hay
Palabras. Regreso a la mar y me rechazan
ballenas, tiburones, medusas,
Las sirenas.
Ni en tierra ni en la mar encuentro el hogar,
No hay paz para los ojos ni un paisaje siquiera lunar
Para morir arrinconado, abrazado a los recuerdos
De una lectura silenciosa.
Los otros expulsados susurran que me equivoqué
dejando que la libertad se adueñara de mis
Palabras, y sobre todo de los ojos ávidos de otras
Palabras, de más vida, o de más muerte, según se mire.
Formamos un océano de cuerpos y de almas
Que deambulan por un mundo gris, metálico,
Con la mar tan lejos y la tierra que abrasa.
Zombis dicen que somos, pero ni siquiera la carne
Nos está permitida.
Nos alimentamos gracias al viento, y saciamos la sed
Con el susurro de poemas casi olvidados.
No duele el vacío, pero todavía muerde
La lejanía de la mar, siempre, la ausencia del océano
Creado por un dios primitivo, frágil, sencillo.
Y todavía hoy el nuevo hombre mudo
Me asusta.
(Ya muere la poesía, y hay cielo para los que la matan,
No para el poeta).
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