Usted dirá lo que quiera. Es libre para decir o callar. Libre para matarme. Libre para dejarme marchar. Es libre para hacer en la tierra lo que quiera. Pero yo no soy libre. A mí me mandan. Y yo cumplo órdenes. Me dicen; folla, y yo, naturalmente, me pongo a follar. Me ordenan matar, y yo, naturalmente, mato. Usted es un hombre libre, y vivirá poco. Yo soy un esclavo, y viviré hasta que me jubile y pueda disfrutar de una buena paga en mi vejez. Vivo marcado, es obvio. Como Caín, ¿se acuerda? Usted vive sin marca. Tiene alma, está limpio. Y como usted hay millones por toda la tierra. Nosotros somos pocos, trescientos, si acaso. Matamos, follamos, cumplimos órdenes. Se sussurra por ahí que somos inmortales. Ya le digo yo a usted que no. Que se nos puede matar. Pero yo no sé de uno de los míos que haya a muerto a manos de los suyos. ¿Usted sí? Claro que no.
(La muerte fue rápida. Un golpe en el pecho. El corazón de la víctima se convirtió en un neutrino).
El esclavo siguió viviendo, siguió follando, siguió matando. Los hombres libres seguían peleando, mordiendo, se defendían y al final morían, todos morían.
Antes de cumplir los doce años podían elegir. Libertad o esclavitud. Mayoritariamente la población del planeta siempre elegía la libertad. O sea, elegía morir.
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