Cálida era la brisa que golpeaba su cara mientras, al doblar la esquina, perseguía al misterioso individuo que se había presentado, ante él, en la tienda de segunda mano que había visitado minutos antes. La curiosidad que le había despertado era inusual y altamente atrevida. Nunca hubiera pensado que un escalofrío tan placentero recorrería su cuerpo, introduciéndose entre sus piernas para crearle una morbosa erección de su miembro.
Él siguió caminando hasta que sospechó que, inclinado por el leve cierre de una puerta, habría entrado en el edificio que tenía justo enfrente. Se detuvo en mitad de la calle, mirando a izquierda y derecha, a la vez que continuaba manoseando sus intimidades. Arriba y abajo. Con un ritmo que le hacía estremecer. Cerró los ojos, refrescando sus labios con la lengua, a la vez que pensaba qué era lo que podría encontrar tras aquella puerta.
Al suave son de sus pasos, llegó hasta la misma, poniendo la mano sobre el enrejado metálico que la cubría en su parte exterior. Los segundos transcurrían mientras notaba el frío tacto del acero entre sus dedos, lo cual le provocó un nuevo halo de deleite carnal que le hizo exclamar, de manera discreta, un erótico gemido.
Finalmente, decidió empujar aquella puerta. Al hacerlo, comprobó que estaba abierta. Tras un par de bocanadas profundas de aire, se decidió a entrar. Nada más hacerlo, un brazo de fuerza descomunal rodeó su cuello, desplazándolo hacia la pared. Al caer sobre ella, notó la fricción con un cuerpo robusto, del cual no tenía duda a quien pertenecía. El misterioso hombre de la tienda lo había atrapado. Sin pensarlo dos veces, este comenzó a acariciar, con su lengua, el cuello de él, llevando la mano a su entrepierna. Incitándolo a abrir los ojos y la boca de manera exagerada. Profiriendo sonidos, cada vez más elevados, de placer sin fin.
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