Como alma que se lleva el diablo

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Era una noche tormentosa cualquiera en un pueblo de Sicilia. Bueno, no era exactamente un pueblo, ni tampoco una gran urbe. De hecho, era una ciudad con cierta fama, no sólo por su belleza. Era también un lugar infame por su tradición mafiosa transmitida y perpetuada generación tras generación.

El miedo estaba inoculado en cada habitante de ella, pero habían aprendido a sobrellevarlo en la convivencia diaria y a fingir normalidad. Eran expertos en el arte de aparentar..

Pero allí, había un habitante que parecía inmune ante la violencia y tensión que se podía mascar en el ambiente. Se llamaba Paolo y para ser fiel a la verdad, no era un psicópata ni un desalmado, ni nada por el estilo.

Era un tío valiente, pragmático y sobre todo, podía comportarsse así, porque el pobre era bastante simplón y no se alteraba en exceso.

Por su personalidad calmada y otras cualidades, le escogieron para ser el conductor de la línea del autobús que terminaba en el cementerio local.

Era una ruta que los demás conductores supersticiosos habían rechazado disimiladamente y con excusas varias, por no parecer unos estúpidos miedicas.

Paolo, nuestro chófer, llevaba ya bastante tiempo cumpliendo diariamente su trabajo sin ningún percance. Incluso, había veces que se aburría muchísimo, porque el bus en el último tramo casi nunca llevaba pasajeros.

Los únicos días de más trasiego eran el Día de los Difuntos y El Día de todos Los Santos. Es un rito muy similar en la mayoría de los paises de tradición católica.

Pero Paolo esta noche, en concreto, estaba trabajando a disgusto por la ruidosa tormenta y la lluvia que no cesaba de caer a cántaros. No le facilitaba conducir muy bien, esperaba no sufrir ningún accidente.

Los pocos pasajeros que subieron aquella noche al autobús lo dejaron todo sucio y embarrado, lo cual iba a ser muy fastidioso de cara al día siguiente.

Ya estaba el bus vacío y se dirigía a la última parada del trayecto ¡Por fin se acercaba la hora de refugiarse en casa, seco y con una cena y ducha calentitas!

A punto de finalizar la jornada, suena inexplicablemente el timbre que anuncia la parada del cementerio. Paolo piensa que es un fallo eléctrico provocado por la lluvia torrencial.

Aún así, abre las puertas traseras del vehículo, como es su deber profesional, y oye unos pasos bajar las escalerillas.

¡No podía ser posible! Al cerrarse las puertas, Paolo se baja de su sillón y se dirige extrañado a la puerta elegida por el invisible pasajero y observa con estupor unas huellas de pies grandes masculinos, perfectamente marcadas con sus cercos de barro reciente. Se distinguían entre las demás dispersas y ya secas.. Y además, pudo oler a colonia barata varonil, como de otra época, que lo impregnaba todo.

Por la excesiva lluvia, no pudo ver a nadie fuera del autobús, pero tampoco se concedió mucho tiempo para observar. Se sentó rápidamente en su sillón de chófer y dio media vuelta tan rápido como pudo.

Por primera vez en su vida, había experimentado la sensación del miedo y no le había gustado ni un pelo. Ni que decir tiene, que no mucho tiempo después se despidió de su trabajo.

La historia corrió como la pólvora por la ciudad. Tuvieron que prescindir de la última ruta del bus por "motivos técnico-logísticos".

De ahora en adelante, todo visitante del cementerio de esa infame población siciliana,fue a pie o en coche. No había otro modo de llegar.


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