“Las noches han dejado de ser solo un momento de descanso, para convertirse en la puerta que permite la entrada a todo tipo de experiencia”.
Luego de la muerte de su padre, los días tomaron un rotundo cambio.
La melancolía y depresión eran habitué en su vida cotidiana. Los recuerdos asomaban fugaces. Toda una vida, toda una historia, aun, con puntos suspensivos.
La desgracia, se hizo presente en su corta vida. Tuvo que aprender muchas cosas rápidamente. Así lo quiso el destino y con sus apenas 16 años y toda una vida por delante, no quedaban muchas opciones. Seguir.
Sus sentimientos quedaron suspendidos en el aire por un largo tiempo. Mezcla de sensaciones. Rabia, dolor y desconsuelo.
Lo extraño, comenzó después. Luego de aterrizar, supo realmente de lo que había sucedido. Por las noches, al acostarse en su cama, en el techo percibía pasos. Breves pasos que intentaban ser sigilosos.
El escalofrió adueñaba de su ser. El miedo se hacía pilar en la habitación. Una habitación fría, sombría y anclada en la aflicción.
No fue solo una noche, sino que dos, y luego tres. Prácticamente, se tornó costumbre. Los pasos, pasos discontinuos se apoderaban de la madrugada. Perplejo, observando el techo. Oyendo el silencio, el temible silencio que desorienta hasta a la mismísima muerte.
Extenuado por los chasquidos de la madrugada, a la mañana siguiente, decidió subir a su techo por primera vez.
Encontró una antigua fotografía junto a su padre. Y en el dorso de la misma, cuatro líneas escritas: “La soledad me desalma. Te espero, siempre”.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales