PARTE UNO
("Que te den por culo si quieres leer". Del testamento de Lorenzo de Ara).
-Usted me dirá lo que quiere.
No quiero nada. Ando al encuentro de las personas. La soledad está ahí. ¿La ve? Qué jodida. Llevaba años con ella. Bien. Nos llevábamos bien. Hasta hace una hora, o algo así. Ni dos horas, en serio. Para mí la soledad estaba bien, cojonuda, simpática, amable, fiel, real. Esa es la palabra que mejor la define: real. La soledad era real, y porque era real era fiable. Ella y yo. Punto. Pero hace una hora, o poco más, la soledad dejó de gustarme. No, tampoco es así. Gustarme no. La soledad no ha dejado de gustarme. Es mejor decir que las personas han comenzado a interesarme. Me interesa usted, y me intereso por mí. Buenas tardes.
Recuerdo que siempre caminaba mirando el suelo. Ni una palabra. En la tarde. Luego la noche. Y al amanecer, como los vampiros, como las putas más horrendas, corrompidas y feas de la ciudad tan sucia, regresaba a la guarida. Recuerdo que así era. Y estaba bien la cosa. Unos libros que se leían, unos hijos de puta que me admiraban, una familia (también con mucho hijoputa, cabrón, hijo de mala madre, ojalá te mueras pronto, y me cago en todo) que se aparecía como los fantasmas de la Semana Santa. Recuerdo que andaba contando las colillas del suelo. Y recuerdo que una caravana de hormigas era un espectáculo. Y en la cabeza, claro, el recuerdo de las tetas de las negra Teresa, el pollón del negro Huracán. Metesaca. metesaca, mucho metesaca. Drogas, putas y más putas, vagos y viejos en parques para hablar de la guerra, del futuro (tenía gracia) y bibliotecas y bares para leer, escribir, dormir.
Si les interesa mi nombre, me llamo Jeremías. Bonito nombre. ¡El tuyo sí que es feo, cabrón; ven aquí que te mato a patadas y te reviento como a un cerdo! Jeremías Martín. Escribí tres libros que me llevaron rápido a la ruina hace diez años. “Peatón”, “Vida inteligente en el planeta yo” y “El jardín de los coños”.
Antes de escribir mis manos eran útiles. Ya no. Claro. Escribir ha hecho que mis manos se conviertan en armas de destrucción masiva. En la cabeza no hay nada. ¿De qué sirve una cabeza cuando escribes? Antes creía que para mucho. Bah, memeces. No sirve para nada. ¿De qué te sirven los ojos? ¿Para qué unas reglas? Las manos se ponen a escribir porque eres una persona por hacer, ¡no por nacer!, digo por hacer. Si huelo que un tipo ha nacido, enseguida lo hecho de mi lado. Me gustan los hombres que se han hecho. Perfectos o imperfectos, pero hechos. ¡Golpes en la creación!
Aquí comienza todo. Como el famoso Big Bang de los cojones. ¡Blum! El estallido se tuvo que oír en Nueva York, en Argamasilla de Calatrava.
Estoy en la plaza de la iglesia. En un banco. Sentado. Las tres o las cuatro de la mañana. Un frío del carajo. De vez en cuando una pareja que baja por una calle. De vez en cuando un coche que pasa por otra calle, pero muy de vez en cuando. Algunos ratones que hacen zas, zas, zas, o sea, que se acercan y se mandan a mudar. Cucarachas, mosquitos.
“Peatón”. Un hombre caminando por la Luna. Escribiendo. Descalzo. ¿Escribiendo? ¡Vomitando! Y lo que sale es cosa mala, muy mala. Pero piensa que mejor fuera que dentro. Así que fuera. Escribe y escribe. El hombre.
Salen las palabras igual que lanzaba las piedras en las peleas. Hacen ruido. Y daño. Siempre el daño necesario para que los ojos descubran que el dolor tiene alma, cuerpo, pasado, presente, futuro, ¡inmortalidad! De repente se escribe para respirar, o para dejar de respirar y comenzar a vivir sin necesidad de tener boca, pulmones, corazón, piel, ¡alma! Al escribir aposté por perder el control. Eran las palabras, ¡son las palabras!, nada más que las palabras. ¿Después qué?
El 20 de diciembre terminé de escribir “Peatón”. 1985. Otra vez en la calle. Un montón de papeles. Más de cien. Más de ciento cincuenta. Un mundo de papeles y la soledad; papeles y el luego qué; ¿qué voy a hacer con tantos papeles, joder?
La plaza de día y con buen tiempo llenita de turistas, jubilados, palomas, tórtolas, moscas.
“Peatón termina así: “Si los besos no sirven para nada y las manos están prohibidas para hacer el bien, entonces quedan los ojos para ver el horror y la memoria y confirmar que siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre fue así, día tras día, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre igual, aunque la mentira alguna vez ocultara la verdad, qué digo la verdad, la mierda, la montaña de mierda, la cumbre hecha de mierda. Siempre había sido así”.
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