Mi Secreto Bien Guardado

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En mi historia pública soy una mujer de 40 años, casada, con tres hijos y marido bien posicionado social y económicamente.

Los que me conocen, eso es todo lo que saben. No saben que, desde jovencita, tenía la fantasía de acostarme con un afro-descendiente (Había leído que eran los más dotados – próximos a los 18 cm en promedio - y apasionados). Ya no la tengo: a los 38, dos años atrás, la concreté en un viaje a Colombia, solos mi marido y yo.

Un secreto que pienso llevarme a la tumba.

En Cartagena, en el hotel, había cruzado – provocado - miradas y sonrisas con un hermoso huésped moreno.

A orilla de la piscina, (Julio mi marido, había subido momentáneamente a la habitación), lo vi venir con andar sugerente, enorme de casi dos metros, cabello corto, penetrantes ojos oscuros, quijada cuadrada, torso depilado, respetable “paquete” abultando su malla. Se acercó peligrosamente a mi lado, a punto tal que creí percibir su olor a macho.

-¡Hola Mariana, soy Cesar, de Panamá! Aprovecho que estas sola para decirte que me agrada mucho tu acento al hablar, ….., pero mucho más me gustas tú. Pena que estés con … alguien. –

Me quedé tildada, sin articular réplica. Había escuchado mi acento, mi nombre y escrutado mi anatomía.

-Si logras hacerte un ratito,…., a la hora de la siesta, …., te invito a una copa. Me puedes encontrar por aquí. –

Así como vino se alejó. Mis ojos no conseguía apartarlos de su atrás, su andar marcaba unas nalgas hermosas y perfectas.

Volvió Julio, me zambullí, para disimular la humedad incipiente en mi entrepiernas.

Quiso la suerte, favorable para mí, adversa para él, que Julio al día siguiente, amaneció con fiebre alta (39°) y trastornos estomacales. Nada grave afortunadamente. Le prescribieron medicamentos y reposo. A la hora del almuerzo, insistió que bajase a almorzar. Comí frugal y velozmente, al regresar Julio estaba profundamente dormido. No pude evitar hacer lo que hice de manera súbita: me puse el traje de baño y bajé a la piscina. Ahí estaba Cesar. Me invitó con una “piña colada” y charlamos, de nosotros, de nuestras parejas, era gerente en una compañía internacional. Ni bien supo del impedimento de Julio, agudizó su adulación y me propuso, sin mucho rodeo, ir a su cuarto.

Dudé, pero rechacé el convite alegando el cuidado de mi marido.

Me despidió mirándome como embobado:

-Te espero para la hora de la cena. –

Imaginé sus ojos clavados en mi cola, me sentí más linda y deseada que nunca y por un ejemplar de moreno, mejor que el de mis fantasías.

Durante el resto de la tarde, en paralelo al cuidado de mi esposo, sostuve una intensa lucha interna entre lo erótico y lo moral. A decisión tomada, del botiquín de viaje, tomé doble dosis de un conocido ansiolítico y se lo suministré a Julio, junto con el remedio prescripto por su malestar. Elegí lencería atrevida, vestido ajustado con breteles, escote generoso, tacones, me arregle y maquillé con esmero, rostro, labios y ojos.

A la hora de la cena dejé a mi marido, profundamente (y prolongadamente) dormido.

Le comenté a Cesar, que me avergonzaría, compartir, ante todos, una mesa con él. Rápido de reflejos me dijo que lo esperara, fue el mostrador y regresó:

-Arreglado, pedí pizza para los dos, en mi habitación. –

Hicimos unos minutos de tiempo y subimos. En el cuarto encontramos la mesa servida, una botella de espumante, dos copas, pétalos de rosa y una tarjeta con “Augurios de una noche feliz”

Al principio todo parecía bajo control, comimos dos porciones de pizza, brindamos un par de veces con espumante, se levantó, me tomó de una mano. Ahí recién empezaba la velada. Me atrajo hacia él y bailamos unos pocos instantes al ritmo de la música ambiental:

-¡Que delicia, tenerte en mis brazos, Bonita! – me susurró al oído y me besó en el cuello.

Se detuvo, retrocedió unos centímetros y dejó caer su camisa al piso, desnudando el triángulo perfecto de su torso y sus brazos musculosos. Volvió a abrazarme y rozó suavemente mis labios con los suyos, mis tetas y nalgas con sus dedos. Nos fundimos en el primer beso apasionado.

Cuando se descalzó y sacó el pantalón, un diminuto slip negro cubría a duras penas su abdomen planchado y un prominente paquete. A esa altura yo ya era una hembra caliente que deseaba ser cogida. Manoteé, con un poco de pudor, el calzoncillo y tiré hacia abajo. Saltó como resorte un palo grueso, lleno de venas hinchadas, con un glande enorme, que parecía ir creciendo antes mis ojos. Me pareció descomunal. Se desvaneció totalmente la imagen de mi esposo que, como en flashes, me había venido reiteradamente a la mente.

Tomé la verga con una mano, metí el glande en mi boca, chupé y lamí una, dos, …, diez veces … hasta que me tomó de las axilas, me obligó a soltar la golosina y a incorporarme.

Perdí, de una, vestido y corpiño, me llevó a la cama, cargándome con sus manos en mi culo. Me besó, mientras masajeaba mis pezones y tetas, bajó por mi vientre, arrancó mi bombacha, empapada, besó mis pies, mis pantorrillas, mis piernas, su cabeza se perdió en mi vulva, no podía creerlo, sentía su lengua jugar en mis labios, mi clítoris, mi esfínter, me comía, no daba más, solo quería sentirlo dentro, (¡y ya!), estaba embriagada, le imploré para que me coja.

Se puso de rodillas, se colocó un preservativo y volvió sobre mí que lo esperaba jadeando, abrí mis piernas a más no poder, me embistió con su miembro, que al entrar, me embriagó de goce, lo sentí tan profundo que me arrancó un grito de placer, empezó a cogerme con frenesí, me hacía gritar, no podía evitarlo, cada golpe en lo profundo arrancaba oleadas placenteras en cada parte de mi ser. Arqueaba mi espalda para acompasarlo en los movimientos, era tan grande lo que me ponía que me llenaba por completo. Ronroneaba y me murmuraba que no grite tanto, yo lo miraba incrédula, no tenía control de lo que hacía.

Mi orgasmo final pertenece a la apoteosis, lo grité tanto que, no me extrañaría que se haya enterado en buena parte del hotel. El de él, lo exteriorizó con un gruñido y suspiro profundo.

Digo, orgasmo final, porque, así como no puedo definir el calibre de su verga portentosa, no puedo precisar el número de acabadas previas, en ese polvo, ni en los dos restantes de esa noche.

Dos notas de color, para terminar:

*Al culminar, el tercer y último polvo, sentí mi concha inundarse con su esperma. Se había roto el condón. Fue una pesadilla que me acompañó varios días (No pasó nada, trascendente, por fortuna o por la píldora del día después ¿Cómo explicar un hijo mulato?).

*Al volver a mi cuarto, me estaba haciendo baño de asiento para aliviar de escozor vulva y ano, Julio, se despertó a medias y murmuró:

-¿Es tarde? ¿De dónde venís? -

Lo tranquilicé. Al día siguiente, no recordaba nada.

Yo, esa noche, la tengo presente, para siempre, con turbación.

 


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