Mi gato está tendido en el suelo con la mirada fija sobre mi rostro triste y aterrorizado, pues hace un momento que le he apretado el cuello con tal fuerza que poco me faltó para arrancarle la cabeza. Era mi mejor amiga, me hacía compañía en casa, me despertaba todas las mañanas para desayunar juntas y me recibia por las noches con su incesante ronroneo que no paraba hasta que se acurrucaba a los pies de mi cama para dormir conmigo.
Siempre le platicaba cosas, desde lo mas simple y cotidiano de mis días hasta mis más oscuras y perversas fantasías; estaba ahí para escuchar todo lo que tenía guardado y no existía un solo día en que no hablara con ella, hasta este momento en que pensó que sería buena idea comenzar a responderme con esa voz espectral que tienen todos los gatos que hablan.
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