Aquí la piscina y aquí la pista de tenis.
—¡Che, Antonio! Por el amor de Dios, no me discutas más lo que no admite discusión: aquí irá la pista de tenis y aquí la piscina. No al revés —dijo Manuel, uno de los industriales más conocidos de la comarca a su amigo, que también era industrial, al tiempo que daba un furioso manotazo sobre el diario del día de anterior sobre el que había dibujado una serie de rectángulos y círculos.
—¡Che, la pista! ¡Che, la piscina! —repitió entre carcajadas un hombrecillo de tez morena y dentadura amarillenta al que la risa le hacía babear de manera incontrolable. Y tal vez aquel buen humor era la mejor terapia para aliviarle el dolor que, con todo seguridad, sentiría en la mano derecha que llevaba vendada.
El camarero, que siempre que venían ambos amigos, se deshacía en atenciones y sonrisas, no se mostró en aquella ocasión igual de campechano que otras veces. A diferencia de días anteriores, se dedicó a limpiar vasos y a ordenar alguna que otra botella en vez de regalarles los oídos a los dos empresarios con chistes sobre los miembros de la oposición o con sus historias sobre el servicio militar. No obstante, en ningún momento hizo ademán alguno de sentirse molesto; aunque sentía unos deseos incontrolables de que aquella conversación continuase fuera de su bar, se limitó a apretar los dientes y a sonreír cada vez que sus clientes favoritos le pedían otro vino.
—Manuel, ¿pero no habíamos quedado en que cuando… —bastó una mirada de su amigo para que este no recordase allí más detalles sobre el asunto— Bueno, ¿no habíamos quedado en que el sol siempre te da en la cara si te pones a jugar aquí?
Manuel entornó los ojos e hizo una mueca para darle a entender a su amigo que no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y que ni la pista de tenis ni la piscina cambiarían de ubicación.
—A propósito. ¿Le has pagado ya? —dijo Antonio señalando al hombrecillo de la mano vendada.
—Pablito, ven acá, hombre. Toma —dijo Manuel dándole un sobre al hombrecillo— ¡Eh, no lo abras aquí! Oye: y la próxima vez lleva más cuidado—añadió señalándole la mano vendada.
El dueño del bar, que en todo momento quiso mantenerse ausente de aquella conversación, dejó los vasos y las botellas y se dirigió al televisor para subir el volumen. En aquel momento, justo antes de la sección de deportes, el locutor del informativo de las dos habló sobre el incendio que había devastado más de dos mil hectáreas.
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