Vivo en Júpiter. Tengo licencia para hablar contigo. Y tú te preguntarás cómo coño puedo yo estar viviendo en Júpiter. Y yo te digo que una tarde del mes de marzo, a eso de las cinco y catorce minutos, en el despacho del presidente, un tipo muy feo pero educado y más inteligente que yo, metió un artefacto de treinta centímetros por mi culo. Y aquel jodido pero supermoderno artefacto ha hecho posible el milagro, o lo que es lo mismo, que un español de mierda pueda estar viviendo y contando los segundos en Júpiter.
Y ahora te preguntarás que qué carajo hago en Júpiter desde 2003. Y yo te digo que estoy a cargo de la vigilancia de la que será futura ciudad olímpica que mi país piensa construir para albergar los juegos olímpicos o las olimpiadas (que nunca me aclaro) del año 2050 ó 2055.
El artefacto que me metieron por el culo llevaba instalado una serie de cosas muy necesarias para respirar, comer, pensar, soñar y caminar.
El planeta es grande de cojones. Esa es la verdad. Y como tiene gases de todo tipo y de todos los colores, al principio se hace complicado e incluso gracioso moverse por él. Pero a todo se acostumbra uno. Yo me acostumbré a que el tipo inteligente y alemán metiera y sacara el palo de mi culo unas doscientas veces, antes de decir ok, very good, y susurrando, claro.
A mí me mandaron a Júpiter encima de un cuadrilátero y gracias a las manos de un uzbeko que movía camiones con la punta de la polla.
De vez en cuando recibo mensajes de la tierra. El último lo recibí ayer. Decía así: “El presidente, reunido con otros presidentes de otras importantes naciones, ha acordado que la sede de esos juegos sea Madrid, así que Júpiter ya no nos sirve para medallitas, estadios, carreras, saltos y el dopaje de los cojones. Pero no te preocupes. El presidente tiene pensado que Júpiter es un sitio ideal para hacer allí una nueva guerra. Te mantendremos informado. Tú vigila por si las moscas”. Y yo pregunto: ¿qué moscas puede haber en Júpiter?
Hay cosas que hago en el planeta para no aburrirme. Por ejemplo, la más importante, mirarme al espejo. En el viaje me permitieron llevar un espejito, una guitarra española y una Biblia.
Con el espejo me río. Con la guitarra, a la que llamo Matilde, follo muy a menudo. Con la Biblia juego al escondite.
Júpiter está lejos. Lo sé. Por eso te pido que no se te ocurra visitarme. Ni siquiera el guantazo de ese uzbeko haría posible que estuvieras haciéndome compañía en unos mil años.
Por la mañana miró en dirección hacia un par de estrellas que no están muy lejos. Escupo para ver si las alcanzo. Al mediodía me entran ganas de besarme. Las tardes son siempre muy aburridas. Lo que más hago es deambular sin rumbo por las nubes de gases. A veces estoy aquí, a veces allá. Y como no puedo agarrarme a nada, lo que hago también es morder el planeta. Las noches en Júpiter son ruidosas. La tormenta que se ve desde la Tierra no es más que una espesa y asquerosa masa de cucarachas que extrañamente quedaron atrapadas en este planeta. Son enormes, se comen unas a otras, y hacen un ruido ensordecedor, porque siempre tienen hambre, tienen dolor de tripa, dolor en las articulaciones, y en su lengua, que yo no entiendo, parecen querer exigir volver al lugar de donde se cayeron o las empujaron. Llevo sin dormir muchos meses. Con los ojos cerrados me pongo a hablar y así paso las horas o los segundos o la eternidad.
Otro mensaje. El culo me pica. “Oye, tú, que la situación económica se complica y hay escasez de trabajo aquí abajo. Que se acaba el presupuesto. Los que piensan dicen que te mandan al paro. Que puedes regresar para firmar todo el papeleo y cobrar. En un par de minutos volverás a sentir en el culo una sensación parecida a la que sintió Jane cuando Tarzán la llevaba de árbol en árbol. No olvides traer el espejo, la guitarra y la Biblia, sobre todo la Biblia”.
Júpiter de repente ya no me parece tan grande. Ni siquiera las cucarachas son feas, sucias, ruidosas. El gas me sienta bien. Y ahora tengo que abandonar mi hogar. Estar entre extraños, gente a la que no conozco, menos tú, claro. Me preguntarán por muchas cosas. ¿Existe Dios? ¿Hay vida extraterrestre? ¿Son útiles los dientes en un planeta gaseoso?
No quiero regresar. Me quedo. Lo he decidido. Meto la mano en el culo y con dolor, mucho dolor, me saco el aparato. Es blanco, con lucecitas. Lo suelto y se escapa. Al rato se destruye. Mi cuerpo lo cobijaba.
Yo también comienzo a experimentar algo que no había experimentado antes. No es la muerte. ¿Será la muerte? Se me cae el pelo, las uñas, los dientes. Salen de mí un montón de yoes, un montón de sueños, un montón de pesadillas. Si esto no es la muerte no sé qué coño puede ser. No es una metamorfosis.
Ya sé lo que es. Es Júpiter. Normal. El planeta se apodera de todo. También de mi alma. Las cucarachas allí. Los gases en todas partes, y sin quererlo he poblado el planeta de miedos, risas, fatigas, trabajos, enfermedades, sexo, religiones, fracasos, éxitos, oscuridad, luz. Júpiter ha dejado de ser Júpiter. ¿Lo llamaré Tierra? ¡Lo llamaré como me salga de los cojones!
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