Psiquiátrico en posición fetal
No me creerán, en serio, pero ha sido un día maravilloso. Nos sacaron al jardincillo, con arbolitos, florecitas y abejas graciosas que asutaban a Paco, el viejo de Anaga que tras quedar ciegon imagina que le atacan fantasmas y bichos raros. Lo que le pasa también es que es un maldito analfabeto y si le hablo de Borges me responde que conoció a un Borges haciendo el servicio militar en Vigo. Me dice que habló con él toda una tarde, los dos mirando el mar, el Crucero Canarias con los marinos pescando y comiendo pan de boro. Que sí, que era un tipo rarito, escritor, maestro, no sé, a lo mejor un espía. Maldito estúpido, le respondo, pero sin enfadarme.
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Hacía calor, muy agradable en la cara los rayos del sol. Los ojos cerrados, hasta que llegó el enfermero negro nacido en Guinea, chulito por haber escapado de Obiang y saber hablar francés. Tan fuerte, metálico, animalito que odia para vivir.
Se acabó lo bueno, Lorenzo. Adentro.
No quiero, un poco más.
El negro pide por favor que no lo cabree.
Río con las encías ensangrentadas. Escupo sobre una margarita.
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Para comer hay de todo, y todo malo. Frío. La sopa fría me recuerda los besos de Guillermina, Matilde, Fabiola, Pilar; la lengua de Patricia, los pezones de Maribel. El aliento de Caravaggio.
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