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Tenías los ojos verdes de tanto mirar los prados, sumidos en la locura de tus estaciones cambiantes: hoy primavera, mañana otoño. Con mi índice arrastraba toda esa escarcha fresca que se posaba en tus labios, tiernos pétalos de azucena; envidiado néctar de todas las abejas. Y aún me preguntabas, qué hacía yo, que te volvías cálida miel cuando te susurraba cerca. Como si anochecer junto al tornado natural que eras, fuese algo que yo pudiese rechazar. Como si alejarme de ti, fuese siquiera una opción.
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