En mi cofradía siempre intentábamos destacar.
Hicimos una elección en el vestuario de “ El Cristo de las tres cruces “ de lo más novedosa. Decidimos que cada costalero aportara algo a la figura.
Nos reunimos y dos de ellos empezaron a discutir. Los dejé solos advirtiéndoles de que en sus manos estaba que el paso fuera inolvidable.
Llegó el gran día. Empezó la procesión.
Estaba orgulloso, era espectacular. La gente lloraba de la emoción. El realismo de la figura soportando la cruz impactaba.
Transcurrió el paso con éxito hasta que paró a golpe de tambor.
Se entonó una saeta.
La gente observó al Cristo, estaba cambiando.
Su piel había perdido color, la expresión era más mortecina. Se ladeó su cabeza de forma antinatural.
La gente empezó a gritar asustada. Su cuerpo se inclinó hacia delante. Algunas mujeres se desmayaron.
El resto de cofradías me exigieron que lo parase. Yo no quería, era increíble, no podía ser más real.
Tan solo quedaba el final. El cuerpo se desmoronó y la cruz cayó a su lado.
Antes de que me detuvieran, guiñé un ojo al costalero que tuvo la idea.
Se acercó y me dijo... «el truco es el soporte y mucho formol».
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