Fuimos juntos a la facultad.
Pasaron los años y recibí una llamada suya. Quería invitarme a cenar en su casa.
Le dije que si.
Nos deleitamos con varias piezas que había cazado esa misma mañana.
Todo el salón estaba rodeado de cabezas de distintos animales.
Me mostró su colección de minerales, la de botellas, la de espadas, coleccionaba de todo.
Bebimos más vino, yo empezaba a encontrarme mal.
Prometió que me llevaría a casa después de que viera sus últimas adquisiciones. Acepté con desgana y me llevó a una habitación.
Le temblaban las manos, estaba ansioso por que entrara.
Me tapó los ojos, contó hasta tres y me dijo que los abriera lentamente.
Me envolvió un olor muy fuerte, y mi visión se tornó borrosa.
Sentí mi cuerpo desplomarse.
Desperté aturdido.
Vi la foto de graduación. Todos las nombres de los alumnos estaban tachados.
Debajo había un estante con bustos de maniquíes. Llevaban una especie de máscaras.
Me levanté despacio y palpé con la yema de los dedos la última de ellas. El tacto me resultaba familiar. Busqué instintivamente un espejo. Comprobé perplejo como la sangre emanaba de mi cara.
Le escuché susurrar pegado a la puerta. «las tengo todas».
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