A partir de ese momento supe que no debía fiarme de mi mente.
Sus desproporcionados ojos me perturbaban.
Tenía su sitio reservado en el sillón de nuestro dormitorio.
No lo soportaba.
Deseaba arrancarle su estúpida cabeza, así al menos, dejaría de mirarme.
Mi mujer hacía el turno de noche en el hospital.
Ahí seguía él, en el sillón observándome con su siniestra sonrisa.
Iba a hacerlo. Me dirigí a la cocina, cogí unas tijeras y una bolsa de basura. Escuché un ruido proveniente del salón.
El peluche estaba encima de la mesa... decapitado.
Mi respiración se aceleró. Me estaba siguiendo.
Corrí hacia la cama aterrorizado. Una risa histérica invadió la casa.
Me tapé los oídos con fuerza. Su cabeza reposaba en mi almohada...
Me desperté sudoroso. Oí las llaves abriendo la puerta, era ella.
Fui corriendo a abrazarla. Le conté mi pesadilla y le supliqué que sacara el peluche de casa.
Sonrió y me dijo que pensaba regalárselo a su sobrina.
Sentí un alivio inenarrable y fui a ducharme.
Cuando salí la vi con el peluche en sus brazos. «Despídete de él» - me dijo.
Su cabeza cayó al suelo y rodó hacia mí clavándome una vez más su penetrante mirada.
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