La noche nos alcanzó al fragor luminoso de una hoguera.
Cenamos y comentamos nuestros buenos momentos entre risas y alcohol, cuando de pronto escuchamos un fuerte alarido en el interior del bosque.
Nos dimos cuenta de que faltaban dos de nosotros.
El fuego se avivó con un violento y gélido arrebato de viento. Entre la neblina vislumbramos una siniestra silueta humana; tras ella parecía surgir una masa de gente que se acercaba.
Rápidamente, nos metimos en nuestros sacos de dormir.
Oímos pasos a nuestro alrededor. El crujir de las hojas en la tierra era cada vez más intenso y cercano.
Bajé con cuidado la cremallera de mi saco para intentar ver algo.
Hombres vestidos con túnicas negras jadeaban con delirio una visión dantesca.
Era uno de los chicos. Estaba de pie en mitad del bosque, desnudo y cubierto de sangre con dos cuchillos en sus manos. Junto a él estaba el cuerpo sin vida de su pareja.
Le pusieron una túnica completando así su bautismo.
Sentí el terror de quiénes quedaban en los sacos.
Salí al exterior y di la orden. Arrojaron los cuerpos uno a uno a la hoguera, y sus gritos de pánico y dolor acompañaron nuestras oraciones.
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