Perdido entre las lúgubres sombras que culpan mis terribles actos.
Me siento cautivo en el súbito hielo que bordea mi corazón exhausto.
Cavilé sobre cada muerte para perpetrar mi ansiada venganza.
Todas ellas saciaron lo más profundo de tan fútil y negra esperanza.
El silencio vence al fin en la eterna batalla entre el caos y la calma.
Solo el viento disipa sutilmente la extrema satisfacción de mi alma.
Una placentera paz que desea residir en mí sin esperar a que aparezca el arrepentimiento.
Pero éstos blancos y tétricos muros se acercan lentamente hasta alcanzar mi cuerpo.
Un rayo incandescente parte en dos el ciprés que cobijaba la última lápida.
La tormenta ha empezado con su ritual de espectrales destellos de luces pálidas.
Ahora ellos gritan en mi cabeza, gritan de dolor y de rabia.
Gritan sin parar entorpeciendo el definitivo sosiego que tanto anhelaba.
Ansían volver con su insufrible rutina, la de esos infames ruidos que perturbaron mis noches.
La que provocó mi vigilia y alimentó aquel sangriento derroche.
Mi reflejo resplandece deforme en el frío y purgador metal de esta pala.
Me rasgaré el cuello con ella hasta borrar de mi mente el horror de sus inertes miradas.
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