La luz del cinturón se apagó. Recliné el asiento y me quedé dormido.
Abrí los ojos. Las azafatas estaban en el suelo con signos de haber sido golpeadas.
Todos los pasajeros estaban dormidos, excepto una decena de ellos que se pusieron de pie al verme despertar.
En sus manos portaban cuchillos de varios tamaños. No sé cómo pudieron llegar al avión.
Uno de ellos cogió una maleta, la abrió y sacó un puñado de mascarillas repartiendo una a cada uno.
Me agarré al asiento. Me daba miedo llamar la atención, pero fue imposible.
En mi mirada se leía el pánico.
Se giraron hacia mi. El que parecía ser el líder dijo algo que no pude entender. Acto seguido sacó una jeringuilla del bolsillo.
Quería levantarme, pero tenía el cuerpo totalmente rígido.
Se me acercó, no me dio tiempo a reaccionar. Me clavó la jeringuilla en una pierna y perdí el conocimiento.
Cuando lo recuperé, me invadió la oscuridad. Percibí a gente caminar a mi alrededor. Olía raro, como a medicamentos.
Supuse que todo había pasado y que me encontraba en algún hospital.
Escuché el abrir de una bolsa y la voz de una persona diciendo... «en esta van los ojos».
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