Llovía.
Corrí hacia mi coche. Poco antes de llegar vi a un hombre y una mujer totalmente desnudos.
Me clavaron una amenazante mirada a la vez que negaban con la cabeza.
Me pregunté si les habían robado o si simplemente estaban locos.
Sin dejar de mirarme, se arrodillaron en el suelo. Sus cabezas se agitaron bruscamente a ambos lados.
Parecían implorar piedad con sus manos.
No sabía el porqué, pero tenía que acercarme a ellos.
La tormenta llegó a su cúspide iluminando la figura de aquellas personas con un relámpago ensordecedor.
El fogonazo me obligó a cerrar los ojos. Cuando los abrí, ya no había nadie.
Confundido, di media vuelta sin olvidar lo sucedido.
Entré en el coche. Conduje nervioso, algo no iba bien.
Los cristales se empañaron. Sentí unos dedos fríos acariciar mi cuello.
Me giré tembloroso, todo estaba mojado, alguien se había sentado en la parte de atrás.
Cuando volví a mi posición estaba ella sentada a mi lado. Supe quien era.
Vi por el espejo al hombre abalanzarse sobre mí.
Di un volantazo, el coche volcó en el arcén y se abrió el maletero.
Los dos cadáveres cayeron al suelo junto a los anillos.
Ahora, somos tres.
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