La peor pesadilla

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La lúz de la luna se colaba por entre las cortinas de la única ventana que había en la habitación. Allí, habían dos camas enfrentadas, en una había un movimiento brusco, agresivo. Como si alguien se estuviera sacudiendo. Un tierno lamento rompió el silencio. Una sonrisa maliciosa reflejó la lúz de la luna, dejando a la vista sus blancos colmillos. Se estaba riendo de su presa, y de su otra víctima que se hallaba espectante, sufriendo lentamente.

 

- ¡NOO!-

 

Chilló una voz infantil. Fue como un gemido desgarrador. 

Varias lágrimas descontroladas se precipitaban por las mejillas de nuestro protagonista.

Incapáz de poder hacer algo, continuó apretando sus manos contra sus oídos, en un ruego por dejar de oír aquellos lamentos. 

"¡¡BASTA, BASTA, BASTA...!!" Era lo que se repetía en su mente una y otra vez. ¿Y qué otra cosa podía hacer? Por alguna razón, su cuerpo estaba inmovilizado. El movimiento de sus manos fue lo último que pudo hacer. Aquella bestia le había hecho algo. Nuestro protagonista aseguraba aquello. 

 

- ¡QUEDATE QUIETO!

Resonó otra voz. Era diabólica, aterradora. Cuyo portador, era el encargado de crear el terror en esta historia.

 

- ¡AHHH!

El niño forcejeaba. Podía sentir cómo un líquido tibio se deslizaba desde su cuello hasta llegar a su clavícula derecha. Estaba acostado de manera en que su vista quedaba enfrentada con el techo. Sus muñecas y tobillos se hallaban apresadas por las piernas y manos del monstruo que lo torturaba.

El niño víctima del acto inhumano, y hermano de nuestro protagonista, no dejaba de lanzar alaridos de terror, dolor, y angustia. ¿Por qué su hermano no lo ayudaba? ¿No veía que lo estaban lastimando? Corrección, se estaban alimentando de él. Sentía un dolor agudo, insoportable, cada vez que algo se introducía en un lado de su cuello. Ya no le quedaban lágrimas para continuar su llanto. Hipando, pataleando, gritando... Hacía todo lo que estaba a su alcance, para que aquella bestia lo liberara.

Mientras que la casa se llenaba de aquellos llantos desgarradores,  asesinas de almas humanas, nuestro protagonista continuaba su lucha por lograr que su cuerpo respondiera. Finalmente su cabeza cedió, lo suficiente como para poder alzar su vista hacia la horrorífica escena. Se escuchó a él mismo gritar, maldecir al monstruo y pronunciar el nombre de su hermanito.

La lúz de la luna se colaba por entre las cortinas de la única ventana que había en la habitación. Allí, habían dos camas enfrentadas, en una había un movimiento brusco, agresivo. Como si alguien se estuviera sacudiendo. En la otra, un muchacho con sus ojos desorbitados de incredulidad hacia lo que estaba viendo, vociferaba palabras que entre su llanto y los gemidos dolorosos de su hermano, eran intendibles. El monstruo, similiar a una sombra, continuaba alimentandose del niño, vivo. Lo consumía paulatinamente, fascinado por las reacciones de su víctima. 

Cuando nuestro protagonista pudo mover todo su cuerpo, su pequeño hermano ya había dado su último suspiro. 

Como pudo salió de su cama, corrió hacia el ente endemoníaco y, sabiendo que no tendría ninguna oportunidad en ganar, alzó un puño, listo para estampárselo en el rostro. Pero cuando su mano empuñada llegó a la mitad de su recorrido, todo se tornó oscuro. 

El humano cayó de rodillas al suelo. La desorientación se implantó en su mente.

Alzó su vista, con su cabeza tambaleante, encontrandose con la mirada diabólica del ente. Éste le sonreía. Ya sabía cómo aprovecharía aquella carne jugosa y joven.

Nuevamente le sonrió a la luna, dejando a la vista sus colmillos manchados de carmín.

Extendió una mano hacia el rostro de nuestro protagonista, y lo sucumbió a un eterno sueño.


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