ECOS DE UN CRIMEN (parte 1 de 2)
Por Federico Rivolta
Enviado el 04/10/2016, clasificado en Intriga / suspense
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Raquel no podía estar más contenta con su departamento nuevo. Durante años vivió sola con su gato Boris en una casa en la que siempre se sintió insegura. Vivía alerta a cada ruido, alerta a cada paso que escuchaba en la vereda, pero en su nuevo hogar no sentía preocupaciones. Rejas en las ventanas, puertas blindadas, alarma de sensores…; el departamento era más seguro que un búnker. Pero de todo lo que tenía el edificio, lo que a Raquel más le gustaba era la cámara de seguridad de la entrada.
En ocasiones pasaba varios minutos en la cocina mirando la pantalla del portero eléctrico, mirando a la gente que entraba y salía, pensando que mientras en otros edificios se les suele abrir la puerta a personas desconocidas, allí nadie podría cometer equivocaciones.
Un sábado por la madrugada se levantó de la cama y fue hasta la cocina. Boris la siguió, algo poco común en él, quien solía quedarse como una rosca gris enredado entre las sábanas. Raquel pasó junto a la pantalla de la cámara y la miró por un instante. Solo la observó por un segundo y siguió de largo, pero algo la hizo detenerse y retroceder.
En la pantalla en blanco y negro había un hombre forcejeando con una mujer que gritaba, y a pesar de que la cámara no tenía sonido, Raquel pudo sentir los gritos mudos en lo más profundo de su ser.
La mujer intentó escapar y cayó al suelo. Raquel intentó seguir mirando, pero la cámara apuntaba demasiado arriba. Vio entonces el brazo del hombre subir y bajar, golpeándola con odio. De pronto la mujer lo pateó en el rostro e intentó ponerse de pie, pero entonces el sujeto sacó algo de su cintura y golpeó a la joven, quien ya no volvió a levantarse. En ese momento Raquel pudo ver que el hombre llevaba un puñal cubierto de un líquido negro que debió ser rojo de tratarse de una cámara a color.
De pronto el hombre miró a la cámara frunciendo el ceño y luego salió corriendo. Raquel se llevó la mano a la boca mientras sus ojos, verdes y vidriosos, reflejaban el brazo inmóvil de la joven.
“¿Acaso el hombre me vio? Imposible, no puede verme. Pero pareció que sí me vio”. La mente de Raquel comenzó a jugar con ella, y la mantuvo despierta y mirando el techo de su habitación durante toda la noche.
A la mañana siguiente la policía no tenía ni un sospechoso. La cámara no grababa, no era ese su fin, y el asesino no dejó pistas. Solo Raquel conocía el rostro del criminal, y no lo olvidaría mientras viviese.
Ese domingo en el barrio solo se hablaba del asesinato, pero la testigo no se atrevió a decir palabra. No solo temía que el hombre le hiciera algo si fuese a hacer la denuncia, tenía además un miedo irracional a que la hubiese visto desde el otro lado de la cámara.
Algo reticente, Raquel salió para ir al mercado ubicado a dos cuadras. Era de día aún; no se habría atrevido a salir de noche.
Al bajar pasó por el mismo lugar en donde se cometió el crimen. Miró hacia la cámara y recreó la escena en su mente. Luego se alejó; no quería permanecer mucho tiempo allí por miedo a que alguien la estuviese observando.
Mientras iba caminando todo se escuchaba más fuerte: los autos, la música de una casa, las voces de los vecinos…
–Para mí que fue un hombre –dijo alguien–; un novio o un ex novio celoso.
Raquel se dio la vuelta y vio a dos vecinos conversando en la puerta de un edificio. Los hombres se quedaron en silencio mirándola, y ella sujetó con fuerza su bolso y continuó con la marcha.
–¡Cuidado! –dijo alguien.
Un niño estaba jugando con una pelota y casi la golpeó. Raquel continuó con un ritmo más cercano a correr que a caminar, y así entro al mercado con el corazón a punto de romperle el pecho.
Una vez adentro su miedo no se detuvo. Rostros extraños se asomaban entre las góndolas de productos, y murmullos sobre el crimen llegaban a sus oídos. Le habría gustado comprar más cosas, pero sus manos temblorosas hacían que le tomara demasiado tiempo mirar la fecha de caducidad de cada envase.
Se retiró de allí con la mitad de los productos que necesitaba, y luego fue a su casa corriendo, tratando de no prestar atención a lo que ocurría a su alrededor.
Al día siguiente tenía pensando salir del trabajo lo antes posible para así ir de día a su departamento, pero ese lunes su jefe le pidió que terminase de parametrizar unas divergencias, y le dijo que hiciera horas si fuese necesario.
Raquel terminó con sus tareas cuando ya era de noche, y apagó la luz del cubículo dejando el piso entero casi a oscuras. Se retiró atravesando los fríos corredores abrazada a su cartera, mientras sus pasos hacían eco entre los cientos de cubículos vacíos.
Ya era de noche, y las cuatro cuadras que la separaban de su hogar se le hicieron kilométricas.
Sombras y pasos la acecharon mientras Raquel iba con todos sus sentidos atentos, pero no se atrevía a darse la vuelta, solo pensaba en el momento en que llegaría a su departamento y abrazaría a su gato Boris.
De pronto le pareció escuchar un murmullo. Fue un llanto tal vez, o una risa; imposible determinarlo. Raquel se detuvo y vio que una botella giraba para chocar contra su pie. Vio que alguien estaba parado detrás de ella, pero prefirió no mirar y continuó corriendo hasta llegar a su edificio.
CONTINÚA EN LA SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE:
http://www.cortorelatos.com/relato/26817/ecos-de-un-crimen-parte-2-de-2/
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