Un veneno mortal, un arma implacable.
Recibieron un soplo y planearon el robo.
Los dos infiltrados se pusieron las escafandras y se colaron en el laboratorio. Encerraron a los científicos en la sala blanca infectándola con el gas.
Las probetas destilaban el humo negruzco de la muerte.
Abrumado, el doctor se desmayó ante ellos.
Un monitor mostraba el dolor y los gritos de las víctimas.
Los que conseguían llegar hasta la puerta caían al suelo como muñecos de trapo.
Cogieron las muestras del laboratorio y las guardaron en un maletín.
El cuerpo del doctor yacía en el suelo.
De repente se fue la luz. El apagón duró varios minutos.
Cuando volvió no había nadie en la sala.
El doctor también había desaparecido. El monitor se encendió y aparecieron tres palabras:
«Sabía que vendríais».
Aterrados, se apresuraron hacia la salida. Oyeron un sonido de cristales rotos.
El gas los envolvió rápidamente.
Sintieron un golpe y unas manos les arrancaron las escafandras.
Apenas podían respirar, la piel se les pudrió, y los músculos se les atrofiaron.
En su agonía observaron al doctor rodeado de gente aplaudiéndole
En su mano sostenía un frasco lleno de jeringuillas usadas.
Todos hicieron uso del antídoto.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales