El sentido prescindible (4º capítulo)
Por Yoga For Life
Enviado el 12/10/2016, clasificado en Amor / Románticos
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Pasé el resto de la mañana pensando. Recordé a viejos amigos de la infancia; personas con las que ya no mantenía ningún contacto pero que, de alguna manera, las sentía conmigo. Y fue inevitable pensar por qué con Jota todo fue tan fácil ayer. Por dentro me sentía mal,me sentía triste; pero, por fuera, sentía unas ganas tremendas de hacerlo disfrutar, de que aquellos ojos volvieran a brillar como me brillaron a mí cuando nos despedimos. Cuando volví a entrar en el bar me di cuenta de muchas cosas en las que no me había parado a pensar.
- ¿Lo conocías de algo? - me preguntó Gonzalo.
- De verdad, no sé qué ha pasado - coloqué mi mano en el pecho. Noté cómo mi corazón se aceleraba.
- Tranquila. Cuéntanos.
- Mi jefa me ha dejado elegir quién me sustituirá cuando me vaya. He estado viendo los tres currículos que me ha mandado antes de venir aquí, y uno era de este chico No sé por qué me he levantado; no lo sé. Pero he sentido la necesidad de hacerlo.
- Pero eso no es malo. ¿Es simpático el chaval? - me miró Bea esperando una respuesta afirmativa.
- Es la persona más especial que he conocido nunca - dije mirando no sé a qué - Pero me arrepiento.
- Pero, ¿y ahora? ¿Por qué te arrepientes? - el tono de Martín me indicó que estaba cansado de verme tan apática.
- Joder, Martín. Nadie va por ahí acercándose a la gente, presenándose automáticamente, por impulsos que ni yo misma sé explicar. Yo qué sé. Me estaré volviendo loca.
- A ver, vamos a tranquilizarnos - dijo Carmen intentando poner algo de orden a aquella situación.
- Chicos, nosotros lo sentimos, pero nos tenemos que ir - dijo Bea. Ella y Gonzalo llevaban juntos casi dos años. Cuando nos conocimos los cinco en el instituto no podían ni verse, e incluso alguna vez hemos tenido que engañarlos para que pudiéramos salir todos juntos, sin prescindir de ninguno de los dos - Mañana tenemos que madrugar y creo que todos necesitamos descansar. Lucía, mañana hablamos. Y estate tranquila; has hecho lo que te ha pedido el cuerpo, ¿qué hay de malo en eso?
Me levanté para despedirme.
- Todo va a pasar, ya lo verás. Confío en ti - me dijo Gonzalo al oído. Agarré su cara con mis dos manos y le agradecí con la mirada aquellas palabras. Me volví a sentar. El bar estaba vaciándose. Eran las dos de la madrugada y el cansancio se había asentado en la cara de Carmen.
- Os podéis ir vosotros también. Puede que necesite estar un rato sola.
- Voy al baño - dijo Carmen mientras me acariciaba el hombro.
Me quedé sola con Martín mirando los seis botellines de cerveza y las tres copas vacías que había en la mesa. Sabía que cuando Martín se alteraba no lo hacía con mala intención; solo quería mi bien y, sobre todo, verme bien. "Eres una de las personas más importantes de mi vida, Lucía. Si tú estás mal, entonces yo también lo estaré", me dijo cuando teníamos tan solo dieciséis años; nunca ha fallado a su palabra.
- ¿Estás cansada? - me preguntó.
- Un poco, la verdad.
- ¿Quieres venir a casa y charlamos tranquilamente?
- Vale; pero, por favor, no me hables como si yo tuviese la culpa de todo esto. Soy la primera que quiero estar bien, de verdad.
Cuando Carmen regresó, la dije que me iba con Martín.
- Me parece perfecto. Vosotros dos os entendéis muy bien - dijo guiñándome un ojo - De todas formas, sabes que estoy aquí para todo lo que necesites.
- Te quiero - y la abracé. Cogió su bolso, se despidió de Martín, y yo me quedé de pie mirándolo.
- ¿Vamos? - pregunté.
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